Aitor Echeverría estrena su opera prima Desmontando un elefante, una propuesta honesta que indaga en la naturaleza humana y las relaciones personales a través del conflicto entre una madre y una hija, cuyos roles están condenados a la desconexión.
Marga, interpretada por Emma Suárez, es una arquitecta que acaba de salir de un centro de rehabilitación por un problema de adicción contra el que ha luchado durante años. Tras su llegada a casa intenta rehacer su vida anterior, mientras el elefante que dejó al irse sigue en la habitación, ese silencio con el que convive toda su familia y en especial su hija menor Blanca (encarnada por Natalia de Molina), que se encarga de cuidar a su madre concienzudamente y que acaba arrastrando todo este silencio y preocupación al resto de ámbitos de su vida.
Esta película habla de una madre descompensada y desequilibrada: más que adicta, es una enferma. El director ha decidido darle esta tridimensionalidad al personaje, con capas; no se queda en el estereotipo plano de una adicta compulsiva, sino que va más allá. Echeverría subraya también la necesidad de la madre por sentirse útil y autónoma. Además, no se ha ensañado centrándose en la adicción, sino en el proceso de recuperación. Y en cómo ese problema afecta a todo su alrededor, como un ácido corrosivo que se expande por el espacio entre ella y las personas que tiene cerca.
Desmontando un elefante es una obra sutil, que no se regodea en las desgracias y en la miseria, no busca el dramatismo y la lágrima fácil, es una película que muestra complejidad y explora las relaciones familiares y la falta de comunicación, además de una desconexión con el entorno y consigo misma.
La música clásica es un aspecto fundamental en la obra, al igual que el silencio, que ayuda a ahondar en el problema central, y que se convierte en algo abrumador para la familia. Haciendo participe al espectador de este mismo silencio (pesado y agobiante) que se ha adueñado del hogar.
El cineasta debutante demuestra mucha capacidad de comunicación en el uso de los planos, que son capaces de hacerte entender mucho más de lo que realmente está sucediendo, pues están llenos de metáforas y detalles que enriquecen la narración. Ayudando a que se perciba claramente este paralelismo madre-hija: las dos son presas, respiran con la misma cadencia.
El largometraje explora los límites de cuánto vale un “lo siento”, y cuánto daño puedes llegar a hacer a una persona aunque la quieras. La película avanza siempre al borde del colapso, desafiando los límites del perdón, hasta que el elefante se siente tan intimidado que no le queda otra que barritar.
La película no solo desmonta al elefante como promete el título, sino que también realiza un ejercicio previo de anatomía con este. Para luego mostrar cómo se desmonta y posteriormente queda enterrado. En la habitación por primera vez nos encontramos solo con una madre y su hija, que ya son capaces de mirarse directamente a los ojos sin que el elefante les tape la vista.
Pablo Muñoz Moyano