Tuvimos la oportunidad de conversar con el codirector de la película Los pinceles de la baronesa, de la sección panorama andaluz del festival de cine europeo de Sevilla, Julio Muñoz, que revive la enigmática historia de Eduardo Olaya, uno de los falsificadores de arte más importantes de su época. Muñoz nos explicó que su intención era acercar el género documental a un público más amplio, con una narrativa inspirada en Big Fish de Tim Burton: primero relatos casi inverosímiles que, al final, resultan ser verdad.
¿Cómo se tomó la decisión de presentar esta historia en formato documental y no narrativo?
Como documental ofrecía muchas ventajas. Primero, es más económico, lo que facilita poner en marcha la producción. Y luego, hay cosas que creo que es mejor imaginar que ver. No queríamos hacer recreaciones ni usar inteligencia artificial. Al tratarse de una historia sobre arte, nos pareció más coherente apoyarnos en piezas originales de la época para acompañar el relato.
En el documental y en el festival contaste que la historia de Eduardo Olaya te llegó por un caso en Estados Unidos, y a Mauricio por otro camino. ¿Cómo coincidieron y decidieron trabajar juntos en el proyecto?
Yo había intentado mover el proyecto por mi cuenta en algunas productoras de Madrid, y una de ellas fue Mandarina. Mauricio Angulo, codirector del documental, es amigo de Santiago Botello, el presidente de la productora. Cuando Mauricio le contó la historia, Santiago le dijo: “ese proyecto ya lo había escuchado antes”. Así nos puso en contacto. Al unir lo que tenía cada uno por su lado, todo se enriqueció y cobró mucho más sentido. Fue una coincidencia muy buena.
Si tanto los artistas como los falsificadores tienen talento, ¿cuál crees que sea entonces la verdadera diferencia entre unos y otros?
Los pintores y los copistas suelen decir que existen dos talentos distintos: el de copiar y el de crear. Hay falsificadores que incluso superan técnicamente a los originales. Pero lo que marca la diferencia es ese salto creativo: el que dio Murillo con su estética, Velázquez con sus atmósferas, Caravaggio con la luz o Rothko con su abstracción. Esa capacidad de crear algo nuevo es lo que te hace entrar en la historia del arte.
¿Piensas que se debería comerciar con el arte?
Creo que sí, porque el arte es un bien extraordinario, la expresión condensada de un momento de genialidad. El problema aparece cuando se ve solo como una inversión o un objeto de especulación, y se olvida su valor como fuente de placer estético y emocional.
¿Cómo definirías o qué piensas que es el arte?
Para mí, el arte tiene que ver con la capacidad de emocionarte. Por ejemplo, cuando hablábamos con Jacobo, el chico que explica cómo se hacen los pigmentos, vi un cuadro en su estudio y conecté de inmediato. No podía dejar de pensar en él. Le mandé un mensaje contándole lo que me había provocado, y al final lo compré. Para mí eso es el arte: algo que sigue emocionando incluso cuando ya no lo tienes delante.
Emilio Marquez Jimenez.
