El limbo, según el cristianismo, es allá donde se quedan las almas que nunca irán al cielo ni al infierno. Ánimas condenadas a estar atrapadas entre dos mundos, el lugar al que van los niños muertos sin bautizar, como la hija de Agata (Celeste Cescutti) en Piccolo Corpo (2021), película dirigida por Laura Samani. Este personaje protagonista, persistente ahí donde los haya, emprende un peregrinaje por la Italia rural de 1901 para poder dar un nombre a su hija y conseguir que su alma descanse en paz. Agata saca de la tierra el minúsculo ataúd en el que está la pobre niña fallecida y se lo carga a la espalda, una potente reminiscencia que nos lleva a Juana “la Loca” y al desenterramiento de su marido muerto prematuramente. Una de las acciones siniestras que llevaron a que la monarca española fuera considerada una psicótica durante siglos. Pero, ¿y si la reina demente hubiera estado cuerda en realidad y sus acciones fueran las de una mujer independiente? ¿Y si es lo mismo que trata de contar Piccolo Corpo?
El guion, escrito por la propia directora junto a Elisa Dondi y Marco Borromei, es una historia inspirada en los santuarios reales que existieron durante siglos en la cima de los Alpes a los que originalmente viajaban los hombres para conseguir que sus hijos mortinatos dieran la exhalación final. Evitando de esta manera que estuvieran atrapados vagando eternamente entre el reino de los vivos y el de los muertos. En esta película Samani le da una vuelta de tuerca a estos hechos históricos y formula la premisa desde una nueva perspectiva: la experiencia de una mujer que realiza esta complicada odisea hacia las montañas sagradas en contra de lo que dictan las reglas.
Este camino a la salvación, que también le sirve de purgatorio a ella misma para acabar con su dolor y librarse de mitos y tabúes en torno al ciclo vital, la mantendrá en contacto con lo ancestral y la naturaleza. Atravesando paisajes vastos e inabarcables, tendrá que superar escenarios y situaciones llenas de hostilidad hacia las mujeres. Agata pasa de habitar en una isla seca y yerma a grandes bosques llenos de árboles y colinas nevadas. Y en su recorrido se encontrará con otros personajes que la ayudarán, en principio opuestos a ella, pero con muchas más cosas en común de las que se espera, como el joven Lynx. Esta es una aventura que no deja de moverse, una marcha fúnebre durante la que también mueren pensamientos del pasado y a la que asistimos como si estuviéramos dentro de ella. Grabando cámara en mano, se persigue a los personajes con el constante movimiento propio de esta técnica, introduciendo de lleno al espectador en las sensaciones de la difícil y tormentosa empresa que acometen los personajes.
Premiada en Cannes en la Semana de la Crítica y proyectada como una de las Historias Extraordinarias en la sección del 18 Festival de Sevilla, la película es y representa todo un desafío. Cuestiona en su narración lo que puede o no puede hacer una persona, sea mujer o no; habla de las identidades y obligaciones férreas impuestas por la sociedad; y funciona como retrato de mujeres que cargan a su espalda con cosas ya muertas en pesadas cajas, literales y metafóricas, y que tratan de acabar con este peso rebelándose contra la cultura dominante.
Amaia Zufiaur