Por Álvaro Dionisio Merelo.
El cine quinqui ha recibido su merecido espacio en la edición 20 del Festival de Cine de Sevilla y lo ha hecho con Sueños y pan. Un cuadro robado, una bici y varios paquetes de pipas constituyen el marco en el que se desarrolla la historia de los protagonistas, Dani y Javi, quienes tratan de buscarse la vida y disfrutar por el camino. Les preocupa el futuro incierto y desearían estar en otro sitio, pero tienen algo claro: soñar es menos descabellado si se hace en una silla de playa, en el barrio, con los de siempre.
- ¿Cómo se encendió la primera chispa de la dinamita que ha terminado siendo Sueños y pan?
- Me fui de Baena (Córdoba), mi pueblo, a estudiar a Madrid. Allí, mi director de fotografía y yo nos vimos con ganas de intentar hacer un proyecto en la ciudad, que estuvo enfocado en el trabajo sobre escenarios exteriores desde el primer momento, no solo porque nos gustase esa exploración del territorio, también porque no había dinero para grabar en platós, siendo realistas. Al principio teníamos una película que sucedía en el centro de Madrid, completamente distinta a lo que es Sueños y pan. Poco a poco fuimos acercándonos a esos barrios más obreros, a ese cordón industrial con descampados que nos empezó a interesar más. Nos pateamos la ciudad y la historia se escribió entre paseo y paseo.
- Madrid es un personaje más en el filme. Es una ciudad impredecible y llena de vida. Dado que la película sucede fundamentalmente en exteriores, ¿Recuerdas alguna anécdota memorable del rodaje?
- Si defines una línea de ilegalidades a lo largo del rodaje, en cada secuencia se cometió alguna: lo quinqui estaba a la orden del día. Muchas veces rodábamos en sitios sin permiso, hasta en siete ocasiones tuvimos la suerte de haber terminado de grabar siempre que pasaba la policía. El mejor recuerdo que tengo es cuando grabamos una secuencia en un patio interior de viviendas. Al llegar, la presidenta de la comunidad nos dio permiso, pero se marchó sin avisar a ninguno de los vecinos. Imagínate despertarte un domingo con ocho o nueve personas con micrófonos y cámaras. Se generó un debate entre vecinos, ya que algunos querían participar y otros nos gritaban desde las ventanas. Trataban de convencerse entre ellos a favor del rodaje. Finalmente, explicamos la situación y hubo una votación en la que se llegó a un consenso. Fue bastante divertido.
- El formato y la ausencia de color dan una personalidad propia y atemporal a tu ópera prima, ¿Qué hay detrás de la elección de estas formas? ¿Sueños y pan estuvo planteada con esta estética desde el comienzo?
- La película está en un punto intermedio entre los 16 milímetros y un cuatro tercios: ese recorte de un 6 por ciento a los laterales es un formato que me gusta mucho. Las fotos de las localizaciones las hicimos en base a ese encuadre, lo tuvimos claro desde el principio. En cuanto al blanco y negro, nosotros paseamos por Madrid con referencias de cine quinqui que se desarrollan sin color. Era un elemento imprescindible.
- Los protagonistas, Javi y Dani, parecen dos piezas de puzzle que se complementan. Uno es la conciencia y el otro, un impulso pasional. ¿Cómo fue la construcción de los personajes y el trabajo con los actores?
- Yo quería una dinámica con polos opuestos. Me inspiré en mi relación que tengo con mi amigo José, a quien dedico la película. Tenemos esos extremos que encajan muy bien. Cuando uno va a tirarse al vacío, el otro lo recoge a tiempo. Cuando encontré a los actores, George Steane y Javier de Luis, me percaté que tenían actitudes similares a la de los personajes que terminarían interpretando. Partían de la misma predisposición social, George era un poco el “lobo charlatán” y Javi era más comedido y racional. Los puse frente a frente y vi enseguida a Dani y Javi charlando. La conexión fue inmediata y los polos opuestos afloraron de forma natural.
- Sueños y pan está repleta de referencias a la cultura popular y al cine quinqui, ¿Qué tres películas referentes consideras que apadrinan la película?
- La primera, sin duda, debe ser Los golfos, de Carlos Saura. La segunda, que a priori no tiene nada que ver con Sueños y pan, sería Bande à part. Godard reformula el cine negro en esta película y mi filme, salvando las distancias, parte de una predisposición similar. La tercera sería Güeros, de Alonso Ruizpalacios, un largometraje mexicano que conecta con Sueños y pan a través de la temática social.
- ¿Cómo surge la idea de comenzar con el robo de un cuadro?
- Nos hacía gracia hacer una película antirrobo. Lo típico es convertir un robo en el pilar fundamental de la historia y mostrar cada fase del proceso, porque los robos pueden tener mucha carga dramática. En cambio, que Sueños y pan comenzase con el robo ya finalizado y que la importancia del cuadro fuese desinflándose a lo largo de la historia nos pareció simpático.
- A veces hay ganas, talento e ideas, pero la cartera está vacía y no se cuenta con la experiencia necesaria para levantar un proyecto. ¿Qué consejo darías a un grupo de amigos que quiere filmar una historia?
- Nosotros empezamos a hacer la película con menos de 300 euros. Es verdad que teníamos la ventaja de que nos dejaban las cámaras de la escuela de cine, pero partíamos de una producción prácticamente nula. Nosotros rodábamos los fines de semana, cuando no currábamos y los que estaban en la universidad no tenían clases. Mi consejo para esos grupos de colegas es: si tenéis días libres, tenéis una cámara y apañáis un micrófono, salid a grabar. Hará falta constancia y compromiso, pero contando con eso, lo mejor es lanzarse a la calle.