Por Raquel Ibáñez Monforte.
En el marco de la sección Panorama Andaluz de la vigésima edición del Festival de Sevilla, hablamos con el cineasta local José Luis Tirado, director del documental Gazela del Estrecho (2023) y de otros documentales como El Oasis (2022), La memoria de cristal (2021) o NO, un cuento flamenco (2016). La película es, desde el título, una oda a Tarifa y sus gentes, puesto que gazela, como explica el propio Tirado, procede de una licencia en la traducción del término arábigo-andalusí, “ghazal”, un tipo de poema amoroso. Con la Coral de Tarifa como hilo conductor, Tirado nos da a conocer las historias y vidas de sus miembros, la verdadera esencia de la película.
- Las historias de los integrantes de la coral completamente diferentes y variadas, pero están unidas por la música. ¿Crees que la música es ese lenguaje universal que puede unir la diversidad?
- Es un tópico, pero yo creo que sí, la música puede ser un lenguaje universal y es cierto que despierta sentimientos. Esto me lo hizo notar ayer uno de los espectadores. No lo sabía, pero cuando alguien llega y te dice: “estoy llorando no por las historias, que también te emocionan, sino por esas imágenes con esa música...”
- Además de la melodía, el ambiente sonoro del documental es esencial y sorprendente, no solo escucharlo sino ver cómo se construye en la propia coral.
- Todos los sonidos están construidos con la banda y con la coral en el local de los ensayos. Los atascos, los girasoles hablando, etc. Salvo un momentito en que el gasolinero dice: “mira el viento cómo suena”, que es real, está entrando por la rendija de las ventanas.
- ¿Cuánto de guion hay en un documental?
- Bueno, escribes un guion y luego realizas una guionización. Hay un proceso de trabajo que es tesis, antítesis y síntesis, un poco como el pensamiento dialéctico. La tesis es lo que tú piensas que vas a dirigir antes de enfrentarte a la realidad. Ya tienes una documentación, conoces la coral, el territorio, las herramientas que tienes, etc. Y conforme esa tesis, abordas la antítesis: grabo los ensayos, las entrevistas… Durante este proceso se empiezan a abrir ventanas. En el documental tienes que estar abierto a todas las posibilidades que van surgiendo y despierto a saber elegir, porque al final una película documental es saber elegir. Tienes que conocer qué es lo importante para la historia, para la narración y lo que, aunque sea muy sugerente, va a distraer y va a sacar de la historia. Y todo eso se sintetiza en el montaje, que es la otra producción. Es una fase maravillosa, más íntima, donde ya has filtrado todo el material. En el montaje también se construye la película.
- De hecho, el montaje del documental es sorprendente. Es como ver la música, esas imágenes o incluso el movimiento de la cámara dialogar con la melodía y los sonidos, con el ritmo…
- Soy muy artesano. Todas las secuencias que hay oníricas son para también sacarte un poquito de esa realidad y plantearte que estamos jugando a hacer cine, con las imágenes, con los sonidos… Puede pasar que hablemos de la bulla en las ciudades y tenemos una secuencia de caracoles amontonados ahí. O que hablemos del calor y el cambio climático y los girasoles empiezan a quejarse hablando entre ellos. O, bueno, que un marinero habla del estrecho y el tráfico que hay y de repente hay una secuencia en la niebla que se superpone con sirenas de barcos interpretadas con saxofones y trompetas y tubas. En fin, todo ese juego. A mí, en casi todos mis trabajos, me gusta estar en esa frontera entre la realidad y la ficción.
- Hablando de jugar, vamos a jugar a responder las mismas preguntas se hacen en el documental, las que le hiciste a los protagonistas. ¿Qué es para ti la música?
- La música es muchas cosas, como una banda sonora de tu vida. Las músicas, como los olores, son sensaciones que penetran más hondamente que la vista o el tacto. Ciertas canciones, melodías o entonaciones te retrotraen a otros momentos, pero además no de forma racional. De hecho, la música se ha utilizado siempre para despertar emociones. Música de suspense, típica música de enamoramiento… y funciona. Yo hago muchos ejercicios de ver películas sin sonido.
- ¿Y cantas o has cantado en una coral?
- [Se ríe] Uy no, tengo muchas orejas, pero muy mal oído. Durante todo el proceso de rodaje, que ha sido largo, no hacían más que tirarme los tejos. Las de la coral, que son la mayoría mujeres porque les faltan hombres, me decía: “tú tienes una voz de bajo muy buena, ¿por qué no te apuntas?”. No sabían lo que estaban diciendo…
- Una de ellas, Mariluz Román, comenta en el documental que cuando empezó a cantar, imitaba hasta que encontró su voz propia. ¿Cuál es tu voz en el cine?
- No lo he llegado a pensar. No he pensado tanto sobre mí. Todavía la estoy buscando. En el sentido de que, aunque ya tengo una edad y tengo muchísimas limitaciones económicas, si no consigo ayuda, no guardo en un cajón el proyecto. Lo llevo a cabo yo mismo. Mi voz es la de un cineasta independiente.
- Hablemos de la escena final. Es maravillosa porque te mete directamente en el concierto. ¿Cómo fue el rodaje?
- Fue complicado, pero hermoso, bonito y con una gente entusiasta. Aunque había personas mayores, estuvieron todo un día, toda la mañana ensayando en el teatro y luego por la tarde grabamos diez tomas hasta sacar la buena. Eso lo decidía Pepe, el director de la coral. Yo le decía: “ahora mandas tú, yo coloco las nueve cámaras y repetimos hasta que tú veas que es la buena de sonido, de cante y de todo”. Fue una experiencia muy divertida.