Andaluces de Jaén
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
Alzaba la voz el poeta Miguel Hernández con estos versos en tiempos de Guerra Civil. Los mismos versos que hoy siguen cobrando vida a través de los ojos de Fany de la Chica (Jaén, 1984) con Tiempo entre olivos, un documental enmarcado en la sección Panorama Andaluz de Largometrajes que además de explorar el proceso de producción de aceite de oliva en un pequeño pueblo de la provincia jienense, pone en el centro de la mesa algo que va más allá de este relato: el desvanecimiento de un ciclo con la pérdida de un relevo generacional que no quiere trabajar en el campo debido a la inestabilidad que lo rodea.
Fany regresa a sus raíces durante un año para mostrarnos cómo es la forma de vida de una familia de distintas generaciones de Orcera, ubicado en la localidad de Jaén, hace una década y en la actualidad. Desde el primer plano ya consigue sumergirnos entre el verde de los montes y los olivos y el blanco de las paredes que rodean las casas del pueblo, donde el tiempo parece haberse parado y las tradiciones como el baile flamenco o las fiestas patronales siguen floreciendo cada día. La fotografía de la película, sencilla y fiel a la realidad de aquel pueblo junto al ritmo contemplativo del montaje y la voz en off intimista de la autora, nos hace empatizar con esta humilde familia que lucha por ganarse la vida de la única forma que saben: con trabajo, sudor y coraje por salvar las tierras que les pertenecen.
El tedioso proceso de cultivo de los olivos de montaña marginales nos pone en situación del lento paso del tiempo en la narración y con ello las diversas dificultades que padecen aquellos trabajadores. No solo los efectos del cambio climático dificultan una cosecha próspera, como las lluvias torrenciales o los áridos meses de calor, sino también los sueldos mediocres que imposibilitan una rentabilidad de su trabajo y que cada vez son más bajos. Por otro lado, la llegada de inmigrantes provenientes de situaciones desfavorecidas para trabajar en los cultivos en condiciones severas y precarias refleja otra de las problemáticas de la crisis de la agricultura no solo en España, sino en Europa.
El documental expone un lapso de diez años en los que la situación no ha mejorado. A la incertidumbre de los cultivos y los sueldos ínfimos, se le suma la despoblación progresiva de las zonas rurales. Las generaciones más mayores van llegando a su fin terrenal y la mayoría de los niños de la zona – que antes eran 20 en la escuela y ahora apenas 5 – han marchado junto a sus familias a las grandes ciudades. El pueblo de Orcera se queda vacío, sin vida y sin generaciones venideras que quieran apostar por el trabajo en el campo. Con ello, va dejando de existir una forma de vida con la que se han criado cientos de personas, aunque no es el caso de algunos de los protagonistas de esta familia documentada, que, a pesar de todas las adversidades posibles, siguen alzando la voz por su trabajo y por poder vivir como es debido. Porque, pese a las amarguras persistentes, los olivos en Jaén son símbolos de libertad pero, sobre todo, de dignidad.
No los levantó la nada,
ni el dinero ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Lola Tenorio Rodríguez
