Un enorme entramado de cristal y cemento se desliza por la pantalla. Pero en blanco y negro todas sus texturas se confunden, haciendo difícil distinguir un material del otro y fundiendo las implacables torres sociales del barrio de Les Olympiades con el fondo celeste. Como si de un gran calendario de adviento se tratara, la cámara transita sobre el abigarrado paisaje celeste adentrándonos por una de sus ventanas y revelándonos su oculto y delicado contenido: una pareja desnuda que, lúdicamente, disfruta de su mutua compañía en el salón de su casa. Se podría decir que están enamorados. Pero la vida no es tan fácil de describir.
Así presenta Jacques Audiard la banlieu parisina de París, distrito 13, adaptación cinematográfica de las novelas graficas de Adrian Tomine que se ha convertido en la obra inaugural del 18 Festival de Sevilla. El director francés presenta un melodrama desenfadado que se adentra en los devenires sentimentales de unos treinteañeros, deambulantes por la metrópolis contemporánea.
Como si la escena inicial anteriormente descrita se tratara de una declaración de intenciones, a partir de entonces Audiard desarrolla a lo largo del film una mirada cariñosa sobre lo más íntimo de tres seres intrínsecamente contemporáneos. Esta historia acaba cruzando la vida de estas personas marcadas por la ausencia del cariño ajeno: Émilie (Lucie Zhang), una asiática-descendiente que mantiene una problemática relación con su familia; Camille (Makita Samba), su nuevo compañero de piso entregado a una libertina vida sentimental; y Nora (Noémie Merlant), colega de trabajo de este último que llega París para cambiar de vida.
La facilidad de Audiard para, si bien no intentar emular una impostada poética joven, “camaleonizar” su trabajo a los tiempos digitales sobre los que se vuelve, hace de Paris, distrito 13 una película cuyo metraje se desenvuelve de forma fluida a los ojos del espectador. Sabedor de la naturaleza desahogada del medio tebeístico del que nace la historia, la realización no tiene miedo de entregarse a la heterogeneidad estética, y se adapta a una puesta en escena que privilegia la transmisión emocional, acompañada de una notable banda sonora electrónica compuesta por el productor musical de origen francés Rone.
Audiard se iguala a la sensibilidad de sus personajes y transita entre lo nimio y lo solemne, ofreciendo un cuidado retrato emocional de un triángulo amoroso donde la necesidad de afecto acaba marcando el devenir del mismo. La distancia física y emocional propiciada por los usos sociales del siglo XXI rubrica indeleblemente una forma de relacionarse que delimita su emocionalidad y sus posibilidades de superar sus traumas. Frente a la extendida e injusta comidilla que dibuja a los mileniales como una de las generaciones más personalistas y egocéntricas de la historia, el realizador francés toma partido con un relato en el que la necesidad de cariño mutuo devuelve una imagen humana de unos seres irremediablemente anhelantes de amor.
Luis Aceituno