Por Raquel Ibáñez Monforte.
¿Qué harías si, tras robar un cuadro valorado en un montón de dinero, tuvieras la oportunidad de venderlo? Javi y Dani, los protagonistas de la ópera prima de Luis Muñoz “Soto”, Sueños y pan (2023), lo tienen claro: comprar una bicicleta para Carlitos, el hijo de su amiga Sara. Los cuatro viven en un piso a las afueras de Madrid y sobreviven a duras penas entre trabajos precarios, delincuencias y trapicheos. Desconocedores de su valor, los personajes interpretados por George Steane y Javier de Luis, urden un plan para vender el cuadro que acaban de robar con el anhelo de una vida mejor para ellos, Sara y Carlitos. Sueños y pan habla de esa familia que uno elige, de que, por muy poco que uno tenga, los amigos y la familia son lo primero por lo que hay que luchar.
Además del cuadro como elemento conductor de la narración, también lo es a nivel visual. Aunque la escasez de recursos en la película es una evidencia, el director logra aprovechar de manera ingeniosa esa aparente debilidad, haciendo que la propia cinematografía refleje el clima de incertidumbre, desilusión y, en algunos momentos, oscuridad que persigue a los personajes.
Sueños y pan se enmarca en una estética monocromática que recuerda al neorrealismo con ciertas pinceladas del cine quinqui (género cinematográfico de los años setenta y ochenta con José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia como principales representantes). Destaca así por su fotografía, composición y juego constante con los formatos. Cada plano es un cuadro en sí mismo, en el que el espectador parece observar desde una ventana lo que sucede. El montaje mezcla escenas de bocetos infantiles acompañados de la voz en off de Carlitos que aligera la tensión del filme, con fotogramas congelados que llegan incluso a rozar lo experimental en alguna ocasión o con escenas tan cotidianas como la de dos amigos debatiendo sobre cómo comerse las pipas en una azotea o escuchando el oleaje en el extrarradio de Madrid, como ya anuncia desde el inicio citando a Cesare Pavese: "Vivir en un ambiente es precioso cuando el alma está en otra parte. En la ciudad cuando uno sueña del campo, en el campo cuando uno sueña de la ciudad. En todas partes cuando sueñas del mar”.
Sin embargo, la interpretación de Steane y De Luis delata la inexperiencia del director. Aunque el tono del filme y el estilo quinqui buscan ese aire natural en la actuación, se vuelve casi estridente en las escenas de máximo drama, lo que deja un amplio panorama de creación para los futuros trabajos del joven director. Paradójicamente, dicho drama va sembrando desde el comienzo momentos de comedia que servirán de colofón en el final; donde ambos extremos −la tensión del conflicto y desolación de los personajes con el absurdo y la casi incredulidad− logran, en plena desgracia, arrancar una sonora carcajada al espectador.
Sueños y pan es, sin duda, una película que nos sumerge en una generación marcada por las desigualdades sociales y la desesperanza, pero con un arma poderosa para seguir adelante: la risa y la amistad. El filme invita a reflexionar sobre algo tan universal como otra existencia, el mar, la búsqueda de la felicidad en medio de una muy cruda realidad o el amor por los seres queridos.