Por Álvaro Dionisio Merelo.
Arthur Rimbaud se autoproclamó como “el hombre de las suelas de viento”, porque dejaba huellas que terminaban difuminándose con el paso del tiempo. El atormentado poeta rompió las reglas allá por el siglo XIX, convirtiéndose en precursor del surrealismo en verso. Lo que no todo el mundo sabe es que dedicó diez años a una vida de aventuras en el Cuerno de África, donde se convirtió en traficante de armas y la locura terminó pudriéndolo por dentro. De eso nos habla el filme Splendid Hotel, de su descenso a los infiernos, de un artista que deja de ser poeta para convertirse en un poema.
El largometraje, dirigido y escrito (junto a Nathan Fischer) por Pedro Aguilera (Demonios tus ojos, La Influencia), parte de las vivencias de Rimbaud en la ciudad de Tadjoura, localizada junto al Mar Rojo, aunque tomando distancia de lo biográfico para ahondar más en el mundo interior del poeta. A través de los elementos surrealistas y expresivos, el actor Damien Bonnard, que encarna al protagonista, propone una exploración del “yo” del artista, adentrándose en los fantasmas de su pasado, en sus obsesiones y frustraciones.
El director utiliza varios de los recursos del cine (sonido, narrativa, fotografía) para trasladar el surrealismo de las obras del poeta a la pantalla, realizando un trabajo de traducción del estilo rimbaudiano al lenguaje audiovisual. La repetición de secuencias refleja el eterno retorno, el extenuante apartado sonoro reproduce el tormento que persigue al artista y la fotografía onírica, que genera una sensación similar a la de estar viendo un falso oasis en mitad del desierto, hace palpable la fantasmagoría de sus obras: casi como si el filme fuese un poema audiovisual. Según afirmaba el director en una rueda de prensa del Festival de Cine de Sevilla, “No queremos que Splendid Hotel sea una película sobre Rimbaud, sino que sea Rimbaud”.
El trabajo interpretativo del francés Damien Bonnard (9 Dedos, Dunkerque, Les Misérables) supone uno de los pilares fundamentales del largometraje. Se puede reconocer en todo momento el compromiso físico y psicológico de Bonnard con el proyecto y con la encarnación de Rimbaud. Él mismo comentaba en la rueda de prensa, durante el festival, que a lo largo del rodaje se despertaba y se acostaba en los pies de Rimbaud. Dada la exigencia mental que requería el personaje, sumido en la autodestrucción, alcanzaba una verdad, plasmada a la perfección en la pantalla, de la cual era complicado desprenderse una vez se apagaban las cámaras.
El talón de Aquiles de Splendid Hotel reside en su ansiosa intención vanguardista: Algunas secuencias en las que se intenta romper con lo experimental para ser aún más experimental, el espectador puede llegar a distraerse debido a la sobredosis de pretenciosidad. Pero los interesantes logros y hallazgos de la película, cargados de una expresividad magnética, equilibran esos altibajos. A veces, el largometraje se pierde en tratar de entenderse a sí mismo, aunque no hay nada más rimbaudiano que eso.
Ver Splendid Hotel es, por momentos, como oír un idioma extranjero que escapa de nuestro entendimiento, pero que nos hipnotiza por sus formas y mensajes, libres a la interpretación de cada uno. Los fragmentos líricos de Rimbaud y las cartas que enviaba a su madre y a su hermana son pequeñas delicias que obligan al espectador a participar activamente para conocer el pasado de un artista que se nos presenta en el peor momento de su vida, como un despojo humano. En definitiva, Splendid Hotel es un interesante viaje a las profundidades de un alma incomprendida cerca de su final. El mismo Rimbaud lo predijo en sus páginas: “Creo que estoy en el infierno, por lo tanto lo estoy”.