Por Marina Selene Rojo Pérez.
Ha resurgido con fuerza una ola ideológica que amenaza colérica con asolar progresivamente los rincones de Europa… y del resto del mundo. Sus aguas revueltas están plagadas de intolerancia y un odio irracional que pretende borrar el rastro de libertades, diversidad e identidades propias. Todos somos conscientes de su presencia y, precisamente, bajo su sombra se alza Liuben, el debut en la gran pantalla de Venci Kostov. El realizador hispanobúlgaro se nutre de sus orígenes para orquestar un melodrama social de tintes trágicos que toma como escenario la Bulgaria más profunda.
Los recuerdos de un casi deshabitado municipio en el corazón de los Balcanes se almacenan con cariño en la memoria de Víctor, un joven que emigró a España con su madre hace más de una década y que se ha visto obligado a regresar a su tierra natal para acudir al funeral de su abuelo. Sin embargo, la calidez de estos recuerdos se va disipando a medida que el protagonista se rencuentra con una realidad mucho más hostil: un padre que se ha convertido en un desconocido, y vecinos que le consideran ahora un extraño.
La estancia de Víctor cambia radicalmente cuando conoce a Liuben, un joven romaní que malvive en el orfanato del pueblo. Entre los dos nace una peculiar amistad que vence a una desconfianza inicial para dar paso al deseo y la complicidad, algo que complicará progresivamente la vida de ambos. Víctor y Liuben pertenecen a dos mundos aparentemente muy diferentes que colisionan entre ellos dando lugar a una gran incógnita: ¿existirá un espacio común en el que los dos puedan ser felices?
Venci Kostov, que firma también el guion del filme, construye una compleja y críptica relación bajo la que subyacen en el fondo múltiples cuestiones como el desarraigo, la marginación y las lacras sociales de un país que se mantiene anclado en un sistema social y moral arcaico. El cineasta teje una interesante red de personajes secundarios que ayudan acertadamente a componer una radiografía social mucho más amplia del país y, sobre todo, que rebosa verdad. Precisamente, es la elección de unos actores no profesionales para representar a la comunidad romaní lo que insufla una profunda sensación de autenticidad. Bojidar Iankov Asenov, que interpreta a Liuben, borda un papel lleno de matices en su primera vez delante de las cámaras.
Resulta interesante que Liuben comienza siendo una historia comedida de carácter intimista y que profundiza a fuego lento en el mundo interior de sus protagonistas, para desembocar en un final trágico más cercano al melodrama. Esa austeridad inicial tan bien diseñada se va recargando progresivamente, elevando la apuesta emocional tanto en la narrativa como en la puesta en escena. Las licencias poéticas afloran en un final que, aunque desentona ligeramente, no emborrona el conjunto del filme.
Venci Kostov confecciona una ópera prima llena de buenas ideas y que, por encima de todo toma conciencia de las problemáticas actuales que amenazan la realidad europea, particularmente en relación con las crisis identitarias y la intolerancia. Esta carta de amor -y desamor- invita a una reflexión necesaria sobre temas tremendamente actuales. Independientemente de sus aciertos y errores, el director consigue diseñar una historia que, a pesar de haberse contado varias veces ya en pantalla, encierra una esencia genuina a la que merece la pena darle una oportunidad.