Por Marina Redondo Arenas.
Este film es una coproducción entre Turquía, Francia, Rumanía y España rodada enteramente en turco que sigue la historia de Canan, una abogada que compagina su trabajo en los juzgados con el cuidado de su madre por las noches en el hospital. En un momento determinado, la mujer deberá tomar una decisión moral que entrecruzará su carrera y su vida personal. Dirigida por Selman Nacar, Tülin Özen da vida a la protagonista, acompañada por Ogulcan Arman Uslu, que interpreta al cliente de la abogada, y juntos cuentan una compleja historia que no entiende de lenguas.
Aunque el argumento se desarrolle en Turquía, la realidad que cuenta la viven miles de personas en todo el planeta: compatibilizar la vida laboral con una dura situación personal. Además, la autenticidad caracteriza a este filme y por ello Nacar presenta unos personajes que podrían haber salido de nuestras vidas: no son personas lejanas a nosotros, con conflictos poco identificables, sino individuos lidiando con problemas que se nos podrían plantear en nuestra realidad. Esta cotidianidad permite que podamos incluso vernos reflejados en Canan y así entender con mayor empatía el conflicto moral que sufre. Y a ello también contribuyen las impecables interpretaciones de todo el reparto.
Comenzando por Tülin Özen, quien se sumerge de lleno en el personaje principal sin dejarse nada en el tintero. La protagonista aparece en pantalla durante el 90 por ciento de la película, por lo que tiene la principal carga. Si bien, es tan brillante el trabajo que realiza que no puedes apartar la mirada de ella. A pesar de la gran mochila que lleva su rol, Özen muestra una firme seguridad en cada escena. A su lado, Ogulcan ofrece una actuación sincera que llega incluso a interpelarnos en algún momento. De igual manera, la mirada se convierte en un jugador más en esta partida, asumiendo el control en varias escenas y transmitiendo unas emociones contenidas y potentes. Tal es el trabajo que llevan a cabo los actores en esta película que el espectador puede incluso llegar a cuestionar si lo que está viendo es fruto de la ficción o si podría ser real.
Para crear ese realismo, Nacar opta por componer la película principalmente con secuencias largas que quizás podrían parecer lentas o innecesarias, porque no suelen ir acompañadas de diálogos. No obstante, él las carga de significados. Durante los minutos que deja la cámara rodando y donde tiende a aparecer Canan en escenas banales, como caminar por la calle o beber un café, el director nos invita a investigar. De una manera tan sutil nos hace cómplices de esta historia, dándonos el espacio para reflexionar sobre lo que estamos viendo en el momento. Nacar nos regala esos silencios para que descubramos más sobre la protagonista, pues es precisamente en esas escenas banales, en las que nos colamos de lleno en la intimidad de la abogada, donde vemos verdaderamente todo lo que siente Canan.
Este largometraje nos plantea un relato repleto de zonas grises, no hay una respuesta clara. Toda la historia va trenzando esa herida que sufre Canan al deber decidir sobre la vida de personas (y sobre todo de alguien a quien quiere). Asimismo, lo brillante de la narración es que cuenta toda esta espinosa situación sin cargarla en exceso de drama y, por tanto, favoreciendo que un espectador español sea capaz de empatizar con una abogada turca.
Un guion con curvas, actuaciones ejemplares y un discurso personal. Puede que no sea una película que siga los cánones establecidos ahora, pero es esa independencia lo que la hace atractiva.