Transamazonia
noticia

LO NATURAL Y LO MARAVILLOSO

Dos películas que transitan por varios géneros y que tienen como punto de partida inquietudes medioambientales han abierto la Sección Oficial a competición del 21 Festival de Sevilla. La conexión del medio natural con la psicología de los personajes atraviesa diversas películas de esta edición, aludiendo tanto al carácter poderoso del medio como a la amenaza de catástrofe que comporta toda intervención humana. La voluntad explotadora y extractiva de los llamados recursos naturales se halla en la base de estas dos historias que derivan hacia una intensa experiencia para los sentidos y una cierta atmósfera de irrealidad, pero decididamente vívida.

La vida que dio la selva, que no la destruya el hombre

En Transamazonia, la hija de un misionero en la selva brasileña se convierte en curandera, aprovechando su fama de milagro andante tras haber sobrevivido de niña a un accidente aéreo. La directora y guionista Pia Marais ha contado que se inspiró en la historia real de la mujer que contó en un libro cómo “la selva le devolvió la vida” durante los doce días siguientes a un accidente de avión en 1971. Una persona “convertida en fenómeno” por una circunstancia extraordinaria que le hizo preguntarse “qué es lo que nos define como individuos”, y que a menudo tiene que ver con “sucesos traumáticos a los que de algún modo siempre volvemos”.

La cineasta, sudafricana de origen pero afincada en Alemania, ha contado el largo proceso de preparación de su película y su especial fascinación por la Amazonia, una zona que conoció de cerca, y de las reservas indígenas de Brasil, con cuyos habitantes convivió por un tiempo. Allí tuvo “la sensación de experimentar la selva como un buen lugar en el que estar”, pero a la vez fue testigo del contraste, reflejado en su film, entre la densidad y exuberancia de la selva tropical y la severa deforestación a la que se la había sometido. Especialmente, ha explicado Marais, “el conflicto entre el bosque primario, con zonas que apenas tienen contacto con la luz, con la autovía transamazónica”, abierta como una honda herida que atraviesa y devasta la fronda, y las vidas que congrega.

Pía Marais (c) Lolo Vasco
Pia Marais (foto: Lolo Vasco)

Por la dificultad y el coste de rodar allí, finalmente fue la Guayana Francesa el escenario elegido para filmar Transamazonia, el mismo donde John Boorman rodó La selva esmeralda, ha recordado Marais; una suerte de ambiente artificioso que resulta de la combinación de ambos lugares, no obstante “conectados por la presencia de la selva tropical y también del impacto de la colonización”. Habituada a trabajar con poblaciones indígenas, Marais ha destacado los muchos enfoques del problema de la deforestación, como la legitimación cultural que de algún modo llevan a cabo los misioneros: “Hoy día es una actividad ilegal, pero los sigue habiendo”, ha dicho. “Expulsan a los hechiceros nativos, erradicando la identidad de estos pueblos y exportando la suya”.

Esa imposición de narrativas tan habitual, tanto a nuestros seres queridos como a otros pueblos, para mantener una relación de control, es la que refleja la historia de esta relación entre padre e hija, que evidencia esa negación de la propia identidad en el contexto familiar. “No quería hacer una película de terror, pero sí me gustaba la idea de conceder un poder sobrenatural a esta chica”, ha señalado Marais sobre su cautivador film, donde además de las imágenes brilla la música de Lim Giong (The Assassin de Hou Hsiao Hsien, Kaili Blues de Bi Gan, Ash is Purest White de Jia Zhangke).

Cinefilia de lo maravilloso

Fario es una película muy diferente, que arranca cuando un joven ingeniero experto en pesticidas vuelve a su pueblo de la Borgoña para vender las tierras heredadas de su padre a una empresa de minería de metales pesados. La rara actitud y aspecto de las truchas típicas de la zona lo llevarán a pensar que quizá ese proceso esté contaminando el río... y hasta ahí podemos leer de esta obra que no pretende tener una vocación social o militante, según su autora, quien la ha definido como “una historia íntima y romántica que evoluciona hacia lo maravilloso, más que lo fantástico”. La directora y guionista Lucie Prost no quiso atender a los códigos de ese género, sino “prolongar el punto de partida naturalista del relato en el inconsciente del protagonista”.

Una labor de “desrealización” para la cual la cineasta francesa ha trabajado especialmente, por un lado, en el diseño de sonido, aspecto que se refleja en el nutrido equipo compuesto por Cédric Berger, Damien Boitel, Arnaud Rolland y Xavier Thieulin. Y, por otro lado, en las hipnóticas imágenes, con la fotografía de Thomas Favel en 35 milímetros que aspiraba a darles “una dimensión orgánica, física”, y que en términos de encuadre quiso más cercana al cine experimental.

Lucie Prost (c) Lolo Vasco
Lucie Prost (foto: Lolo Vasco)

En ese sentido, Prost ha comentado que, al no haberse formado en una escuela de cine, su concepción de este arte proviene de “una cinefilia muy libre”, donde se darían cita influencias diversas como el realismo fantástico (¿mágico?) latinoamericano y también cierta corriente asiática, de la que ha destacado Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas de Apichatpong Weerasethakul. Todas esas voces resuenan en una película para la que no quiso “prohibirse nada en cuanto a la mezcla de tonos”.

Esas son las formas de un argumento que ha resumido como “la historia de un trauma”, el de su joven protagonista Finnegan Oldfield (Nocturama de Bertrand Bonello, Gagarine de Fanny Liatard y Jérémy Trouilh), debido a “una presupuesta masculinidad que le impide reflejar sus sentimientos y, por ejemplo, llorar”. A su alrededor van apareciendo varias mujeres, especialmente la encarnada por Megan Northam (Los pasajeros de la noche de Mikhaël Hers), que como las truchas fario del título, son “oscuras y luminosas, y desarrollan cierta libertad”. Serán ellas las que vayan intrigando al chico, que vive sumido en esa “negación e incapacidad de narrarse a sí mismo”, en esta singular película de poros abiertos a la extraña materialidad de eso que llamamos lo real.

Culturas en riesgo de extinción

Otros títulos del 21 Festival de Sevilla expresan un desasosiego medioambiental muy conectado con nuestro presente. The Wolves Always Come At Night, a concurso en la sección Alumbramiento, es una fábula urgente e íntima que pone en primer término las migraciones como consecuencia de la emergencia climática. Mezclando el talento para la observación documental que Gabrielle Brady ya mostró en su sorprendente debut Island of the Hungry Ghosts (premiado en Tribeca y Visions du Réel, entre otros certámenes) con la filmación de experiencias reales en retrospectiva, la cineasta australiana retrata a una pareja de pastores mongoles forzada a desplazarse a la capital tras una devastadora tormenta de arena. Ambos encarnan el dolor silencioso por el adiós a una cultura de pastoreo basada en la conexión íntima con la tierra y los animales, así como en el cuidado del entorno. Testigos en primera línea de una destrucción incontrolable, en este film rodado en el creciente desierto del Gobi, que va engullendo lentamente el entorno, como evoca la texturizada fotografía de Michael Latham (The Assistant y Casting JonBenet de Kitty Green).

Y en la sección Puerta Europa, abierta a producciones que exceden las fronteras de nuestro continente, puede verse el documental The Falling Sky, que nos mete de lleno en el rito “Reahu”, el evento más significativo de la cosmología yanomami, con el cual se busca borrar el rastro de los difuntos. A partir de la lucha encabezada por el chamán Davi Kopenawa y su mordaz visión del neocolonialismo, Eryk Rocha y Gabriela Carneiro da Cunha se hacen eco de la severa crisis humanitaria que atraviesa este pueblo, donde al hambre y la malaria se han sumado factores externos como la contaminación por mercurio y las muertes violentas por una nueva fiebre del oro. Partiendo de la influencia del visionario documentalista armenio Artavazd Pelechian y su mirada al universo, trascendente y enigmática, rítmica y sinestésica, este film de ecos (estéticos y metafísicos) sobrenaturales celebra la belleza y la vitalidad de la cultura yanomami, al tiempo que denuncia el estilo de vida insostenible que amenaza la supervivencia de la humanidad.