Que la familia es ese lugar donde salen a relucir los sentimientos en su expresión más pura, y por tanto descarnada, no es algo que vayamos a descubrir en este Festival de Sevilla. Pero varias de las obras reunidas en la programación de esta 21 edición nos encierran en hogares no aptos para quienes sufren de claustrofobia, espacios domésticos donde las sombras tienden a imponerse sobre la escasa luz interior y donde, paradójicamente, la naturaleza menos domesticada de sus personajes, sus instintos y emociones más feroces, se abren paso y se desbocan sin dejar escapatoria a sus deudos (a quienes no parecer querer deberles nada). Es el caso de dos películas de la Sección Oficial que se han presentado hoy, retratos de familias en ruinas.
exorcismo de puertas adentro
Una concepción teatral del tiempo y el espacio domina el planteamiento de The Sparrow in the Chimney, que tiene todos los visos de un escenario idílico o una encerrona pesadillesca, según se mire: 48 horas de convivencia familiar en una gran casa en las afueras de un pueblo suizo. El director, guionista y montador Ramon Zürcher ha explicado que, respecto a su ópera prima El extraño gatito (2013), aquí no solo pretendía retratar a una familia disfuncional, sino también “las dinámicas tóxicas que muestran el camino que ha conducido al trauma familiar”; el pasado, cuyas consecuencias se reflejan en los que ahora habitan la casa de la infancia.
“Alguien dijo que el pasado no es pasado, el pasado sigue siendo presente”, ha dicho el cineasta suizo, al que le interesaba mucho esa idea. El recuerdo de la abuela ya fallecida, quien vivió “una relación de deseo suprimido” con otra mujer, es el hilo del que parte este relato donde los personajes y sus relaciones están llenos de ambigüedades; donde unas se proyectan en otras, “como si fueran las dos caras de una misma persona, o como en un espejo”, referencias que, por cierto, parecen justificar los ecos de Bergman o Lynch que algunos críticos han visto en su film. Un psicodrama familiar, pero también, según él mismo, “una película de terror, como las de casas encantadas”.
En esta última entrega de la que se ha denominado «trilogía animal», puesta en pie junto a su hermano gemelo Silvan Zürcher (codirector y coguionista en su anterior La chica y la araña, de 2021, doblemente premiada en la Berlinale), más que el simbolismo buscaban la metáfora, contar a través de la imagen en The Sparrow in the Chimney: “El gorrión puede volar libre, pero la chimenea es como una cárcel. Ese miedo de estar ahí atrapado sin poder usar sus alas puede aplicarse a toda la familia”, ha explicado Ramon, quien también ha definido a sus personajes y situaciones a través de sugerentes imágenes, aunque ha revelado que su punto de partida es siempre intuitivo y que los conceptos llegan después.
Para el autor suizo, la protagonista encarnada por Maren Eggert (mejor actriz en Berlín por El hombre perfecto) resulta “bastante estática, mientras que su hermana es dinámica, fluida, como si cada una fueran tierra y aire”. Igualmente, ha descrito ese fin de semana como “una nube, que sería la abuela, con sus demonios flotando”, y lo que se desencadena en esas horas como “una especie de exorcismo, una piromanía colectiva que de alguna forma es una liberación”.
En contraste con el caos desatado en esta historia de una emancipación nada convencional de las convenciones familiares y sociales, el control formal de Zürcher es exhaustivo, y así ha contado cómo trabajó esos planos estáticos perfectamente coreografiados con marcas en el suelo para los actores. Una labor muy técnica y bastante ardua para el director de fotografía, Alex Hasskerl, “restrictiva solo a priori”, y que una vez establecida dio rienda suelta a que el elenco “jugara con sus emociones”, expresando las grietas y las honduras de esta familia: sus deseos ocultos, sus confrontaciones y sus revelaciones.
Condenadas a sostenerse
También en torno a esos lazos no elegidos y al derrumbe de los cimientos familiares se construye la narración de Desmontando un elefante, ópera prima de Aitor Echeverría, quien ha sido director de fotografía en los films de Nely Reguera (María y los demás) y autor del multipremiado corto Morir cada día (protagonizado por Andrea Trepat), de cuyos personajes emanaría esta historia. Quizá porque no es un recién llegado, su primer largometraje destila una insólita madurez emocional en el retrato de las relaciones entre sus personajes y en una original estructura narrativa que juega con las elipsis. “La estructura está planteada para dar espacio al espectador para que pueda proyectar su experiencia”, ha explicado durante su presentación en el Festival de Sevilla, que supone su estreno mundial.
Para el cineasta barcelonés, una de las claves de la película reside en que “muestra la complejidad del ser humano, no hay buenos y malos” en esta historia íntima y emocionante que tanto se parece a la vida misma. En ella una renombrada arquitecta trata de recomponer sus pedazos tras haberse internado en un centro de rehabilitación por su alcoholismo, y en su vuelta a casa desestabiliza inevitablemente la vida de su hija menor. Dos mujeres condenadas a quererse y a sostenerse, que según Echeverría “tienen una relación muy simbiótica, la una se refleja en la otra”, y que interpretan, encabezando un excepcional reparto, Emma Suárez y Natalia de Molina.
El desafío para Emma Suárez (Goya a mejor actriz principal por Julieta de Pedro Almodóvar y El perro del hortelano de Pilar Miró, y otro más como actriz de reparto por La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo) era el de dar vida a “un personaje que navega en un terreno desconocido para mí, y gracias a Aitor pude hacer un gran trabajo de investigación para sumergirme en esta realidad que retrata”. Del debutante cineasta ha destacado el modo en que la historia se desenvuelve, “con mucha elegancia y respeto, de forma sutil”, que también ha influido en la aproximación del trabajo interpretativo, abordado “de una manera calmada pero profunda”.
Asimismo, Suárez ha incidido en la verdad que desprende el film y el vínculo creado con su coprotagonista que, ha dicho, “permanecerá para siempre”. En parecidos términos se ha expresado su hija en la gran pantalla, Natalia de Molina (Goya a mejor actriz principal por Techo y comida de Juan Miguel del Castillo y a mejor actriz revelación por Vivir es fácil con los ojos cerrados de David Trueba), quien ha hablado de “un proyecto que nos ha marcado mucho a todo el equipo”. Ella encarna a una bailarina profesional, personaje que acaso se vincula a la trayectoria paralela al cine de Echeverría como realizador de videodanza, y ha comentado que su película “forma parte de un tipo de cine en el que creo profundamente; me gusta apostar por nuevos cineastas como Aitor, que tienen una mirada diferente”.
Las dos grandes actrices, excelentemente escoltadas por el emblemático Darío Grandinetti (Concha de Plata por Rojo de Benjamín Naishtat) y la emergente Alba Guilera (Un año, una noche de Isaki Lacuesta), dan vida a esta familia hecha jirones en un film que, como ha señalado la productora de Arcadia Motion Pictures Andrea Martínez (As bestas de Rodrigo Sorogoyen, Los pequeños amores de Celia Rico Clavellino), “trata de un tema todavía tabú en esta sociedad, un elefante que todos vemos pero del que nadie quiere hablar”.
Animaladas
Aunque funcione en ellas como mera imagen, The Sparrow in the Chimney y Desmontando un elefante no son los únicos títulos en esta edición del Festival de Sevilla que aluden a animales, e incluso los hay donde estos cobran un rol ciertamente protagonista. Lo tiene desde luego el de Dog on Trial de Laetitia Dosch, a concurso en Rampa, una extravagante comedia sobre el que sería considerado primer juicio canino de la historia desde la Edad Media, que toma como referente la novela en que se basó Sam Fuller para su polémica Perro blanco, y que aborda en forma de mordaz sátira las relaciones con el mejor amigo del hombre. Por cierto: el perro rescatado Kodi se hizo con la Palma Canina de Cannes 2024 por su interpretación, siguiendo las pisadas de Messi, el célebre border collie de Anatomía de una caída.
El de Flow es un gato de animación, pero todo es de verdad en esta película que puede verse en Sección Oficial y en la que su director, Gints Zilbalodis, hace un personalísimo uso de las técnicas digitales para dar viveza al 3D, con el objetivo (cumplido) de evocar con el mayor dinamismo a unos animales no parlantes ni antropomorfizados como ha sido habitual en este género.
Por su parte Lads, de Julien Menanteau, a competición en la sección Alumbramiento, se inscribe en la tradición de películas de caballos, desdeThe Rider a The Mustang, pasando por la reciente El Jockey, y tiene como una de sus grandes bazas al joven actor y consumado especialista, además de jinete de trucos, Marco Luraschi (Zoe y Tempestad, Jappeloup). Pese a sus briosas escenas cabalgadas, eso sí, este film no esconde la crueldad del contexto de las carreras de saltos y la explotación de los purasangres. Bestias hay, ya lo sabrán a estas alturas, en todos lados.