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ROY ANDERSSON. UN NUEVO LENGUAJE PARA EL SIGLO XXI

En los años cincuenta, cuando el cine solo tenía medio siglo, la revista francesa Cahiers du cinéma convenció al mundo de que el cine no solo se había convertido en una forma de arte, sino que también tenía su propio lenguaje: un lenguaje de imágenes que trascendía los límites nacionales y lingüísticos. Durante las siguientes décadas, esta premisa llevó a la promoción de una élite de directores mundiales cuyo dominio de ese lenguaje (en particular, por medio de la puesta en escena cinematográfica) los cualificaba como autores. Estos incluían a Jean Renoir, Luis Buñuel, Federico Fellini, Andrei Tarkovski e Ingmar Bergman, entre otros muchos. Al alba del siglo XXI, sin embargo, las innovaciones técnicas en el cine (en particular, el CGI) parecían haber robado la atención de los cineastas/autores visionarios. Fue en este punto de la historia cinematográfica cuando el cineasta sueco Roy Andersson (1943), que había conseguido reconocimiento mundial con su ópera prima Una historia sueca de amor, de 1970, regresó a la gran pantalla con su primer largometraje en veinticinco años. Songs from the Second Floor, que se estrenó en el festival de Cannes en 2000, ganó el Premio Especial del Jurado y la aclamación universal de los críticos. Un nuevo y poderoso lenguaje fílmico había nacido, y comenzaba una nueva fase en la carrera de uno de los más notables cineastas suecos.

Con Songs..., la primera película de una trilogía que reflexiona sobre la condición humana, la intención de Andersson era llevar los límites del lenguaje cinematográfico hacia una nueva dimensión. Catorce años después, ha concluido esta trilogía con Una paloma sentada en una rama preguntándose sobre la existencia, que se estrenó en el pasado Festival de Venecia. Este nuevo film, el primero que Andersson ha rodado en digital, ganó el León de Oro, el más alto galardón del certamen y uno de los más distinguidos del cine mundial (el segundo film de la trilogía, La comedia de la vida, se proyectó en Un Certain Régard, en el festival de Cannes de 2007). Las tres películas de la trilogía engloban el lenguaje fílmico particular de Andersson, que desarrolló, irónicamente, durante su alejamiento autoimpuesto del largometraje entre 1985 y 2000.

Cuando Andersson era un joven director recién salido de la escuela de cine, su ópera prima, Una historia sueca de amor ganó cuatro premios en el Festival de Berlín y se hizo con el principal galardón cinematográfico de Suecia, estableciendo a su autor como una estrella emergente y como aparente heredero de Ingmar Bergman. Este primer film, un sutil tratamiento del amor de juventud y la desilusión de la generación de los años sesenta, se aseguró rápidamente un lugar en la historia del cine. Pero la siguiente película de Andersson, Giliap (1975), un film distópico que captura la vida sombría y sin propósito de un joven trabajador de hotel, fue rechazada por críticos y espectadores, aunque en años recientes los críticos suecos han reevaluado positivamente algunas de las técnicas experimentales de la película, tales como la cámara fija y el paso letárgico, evidencias de que Andersson estaba experimentando ya con lo que se convertiría en su propio lenguaje. Giliap dejó a Andersson en bancarrota, y el director ha dicho posteriormente en entrevistas que se sintió constreñido artísticamente por las condiciones de producción al realizarlo.

Pronto comenzó a aceptar ofertas para hacer pequeñas películas publicitarias para empresas que iban desde el fabricante de caramelos Fazer hasta la compañía de seguros Trygg-Hansa pasando por el Partido Socialdemócrata sueco. Consiguió un enorme éxito, no solo obteniendo clientes fieles y adinerados, sino también asegurándose los más altos galardones mundiales por sus filmes publicitarios, que el propio Bergman consideró los mejores del mundo. Con el dinero que obtuvo, Andersson fundó su propia productora, Studio 24, en el lujoso vecindario de Östermalm, en 1980, un movimiento que le ha proporcionado control creativo sobre sus producciones.

Con su reputación como cineasta completamente restaurada, la Socialstyrelsen (la junta nacional sueca de salud y bienestar) contactó con Andersson para hacer un documental de servicio público sobre el SIDA. Andersson se sumergió en la investigación sobre el origen y el desarrollo de la enfermedad, y las conclusiones que presenta en su cortometraje Någonting har hänt desconcertó tanto a la junta cuando hicieron un previsionado del film que cancelaron el encargo. Sin desalentarse, Andersson presentó la película inacabada a festivales de cortos, donde consiguió varios premios. Poco después, fue invitado a participar en la sección ‘90 minutos de los noventa’, en el Festival de Goteburg. La idea era que diez directores hicieran películas de nueve minutos que hablasen de algún modo sobre los años noventa. La aportación de Andersson, proyectada en el festival en 1990, fue World of Glory, que toma su título de un himno luterano. Ganó los mayores premios en siete festivales internacionales, y en estilo, temas y contenido sirve como preludio para sus largometrajes posteriores.

 

una sucesión de viñetas

Aunque todos sus largometrajes han recibido subvenciones del gobierno y de juntas artísticas privadas, Andersson ha invertido también una considerable cantidad de su propio dinero. Mientras trataba de asegurar la financiación de Songs from the Second Floor, que rompió todas las reglas del cine convencional, recurrió a la autofinanciación de un fragmento de quince minutos, que podía proyectarse para potenciales inversores a fin de que pudieran comprender su visión y propósito. Los tres filmes de su trilogía humanista exhiben el lenguaje propio que Andersson ha desarrollado a lo largo de los años. Primero, prescindió de una narrativa cinematográfica convencional, de la necesidad de un protagonista y un antagonista, de giros de la trama y de resolución. En su lugar, como Andersson explicó en una descripción del proyecto a principios de los noventa, con la que buscaba financiación, “nos encontramos con una existencia que no puede ser aprehendida ni examinada, poblada por destinos humanos, algunos de los cuales llegamos a conocer un poco más, y se convierten en los protagonistas de la película. Pero tendremos la experiencia, no de seguir a esos personajes, sino más bien de toparnos con ellos, perderlos de vista durante un tiempo, y luego tropezar con ellos otra vez. Y otra vez. Y otra”.

 

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Para crear esa experiencia de ‘tropezar’ con los personajes inesperadamente, Andersson prescinde de una de las técnicas fílmicas habituales: montar planos y escenas. En vez de eso, utiliza una sola cámara situada en el ángulo y distancia justos, y hace que los personajes entren y salgan de cuadro. Los decorados están laboriosamente construidos desde cero, muchos de ellos inspirados por obras famosas de la historia del arte o por fotografías icónicas, y Andersson utiliza una técnica de los primeros días del cine (el trompe de l’oeil) para crear la ilusión de una profundidad de campo mucho mayor de la que realmente existe. Cada decorado y escena sirve como una viñeta autocontenida, que se entreteje con otras viñetas, lo que significa que el espectador nunca sabe adónde será guiado después, o quién estará allí. Andersson escribe todos sus guiones, y el diálogo funde las trivialidades sin sentido de la vida diaria con escuetas afirmaciones filosóficas, convirtiendo en no-natural el discurso ‘natural’.

El elemento final del estilo propio de Andersson es su utilización de actores casi exclusivamente amateurs, pues cree que los actores profesionales están demasiado pulidos o son demasiado autoconscientes en sus genstos y en la pronunciación de sus frases. Para reducir las diferencias entre presonajes, indicando que están unidos colectivamente como humanidad en una masa, los actores visten ropas de colores similares y llevan maquillaje blanco sobre sus rostros. La mezcla resultante de una meticulosa mise en scène, diálogo torpe e interpretaciones casi naífs da como resultado en pantalla un efecto de espontaneidad, juego e inolvidables momentos de ironía dramática.

 

HOMENAJE A CERVANTES

Filosóficamente hablando, hay un hilo común que une todos los filmes de Andersson. Le preocupa el estado de la humanidad, la capacidad de los humanos para la guerra y el genocidio, la avaricia y la indiferencia, la fragilidad humana. Como muestran sus películas, incluso aquellos que intentan hacer lo correcto se ven superados por la crueldad insensible y la estupidez del mundo que los rodea. Viridiana, de Luis Buñuel, contiene una escena seminal para Andersson, en la que un hombre compra un perro para evitar que tenga que correr bajo el carruaje de su amo, solo para encontrarse con incontables carruajes con perros que sufren del mismo modo. Las películas de su trilogía humanista extraen inspiración visual de los grandes artistas mundiales, entre ellos Francisco de Goya, Honoré Daumier y Otto Dix, y las estanterías en su estudio están llenas de libros de arte. Pero Andersson acude también a la gran literatura para el ethos humanista de sus películas. Songs... estaba inspirada por el poema de César Vallejo Traspié entre dos estrellas; de hecho, según su propia filmografía, Andersson comenzó en 1978 una película que tituló provisionalmente Älskade vare de som sätter sig (traducción sueca de ‘Amadas las personas que se sientan’, un verso del poema de Vallejo), pero lo apartó solo para que evolucionara y se convirtiera en Songs... dos décadas después. La comedia de la vida estaba inspirada por las Elegías romanas de Goethe, de 1790. Y Una paloma sentada... es, en cierto modo, un homenaje al gran novelista Miguel de Cervantes; la película nos lleva a un viaje de momentos triviales con dos desventurados personajes a los que Andersson se refiere como “unos Don Quijote y Sancho Panza de los tiempos modernos”. El director lo describe como “un film que nos muestra la belleza de los momentos únicos, la mezquindad de los otros, el humor y la tragedia que están en nosotros, la grandeza de la vida y la fragilidad de la humanidad”. Es precisamente esa tragicomedia por la que Andersson se ha hecho conocido. Mientras que Chaplin era posiblemente el más hábil practicante de este arte a principios del siglo XX, Roy Andersson ha insuflado nueva vida para él en el siglo XXI.  

 

 

Ursula Lindqvist es profesora de Estudios Escandinavos en el Gustavus Adolphus College de St. Peters (Minnesota; EE UU). Es autora del libro Roy Andersson’s Songs from the Second Floor: Meditating on the Art of Existence, publicado por la University of Washington Press. 
 
Texto originalmente publicado en Caimán Cuadernos de Cine nº32 (83), noviembre de 2014. Traducción: Juanma Ruiz.