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RESISTENCIAS. LA IDENTIDAD EN JUEGO

Este año, RESISTENCIAS sigue ahondando en la búsqueda de películas españolas que se sitúan más allá de lo canónico, incluso más allá de lo previsible, lejos de lo ya expresado. Son películas de difícil ubicación, que se alojan en un terreno todavía por explorar, donde las categorías típicas de ficción y realidad ya no tienen validez y donde la experimentación y la narración se dan la mano. Se podría decir que son películas de pensamiento, de las que extraer un conocimiento que haga arder el fuego, como definió Montaigne la función de la escritura. 

 

Pero pese a la habitual disparidad de dispositivos y estrategias narrativas, las ocho películas que presentamos pertenecen a una misma familia temática. Esa interrelación de unas con otras no se da por el evidente riesgo de las propuestas, ni por la extraterritorialidad de sus puestas en escena, ni por lo inédito de sus planteamientos. La verdadera unión de los distintos títulos tiene que ver con una mirada crítica, llena de preguntas, llena incluso de juicios de valor, sobre la identidad, sobre aquello que nos conforma: el pasado, la familia, el entorno, el miedo. Se podría decir que las ocho películas que presentamos responden a la misma pregunta: ¿qué hace que seamos lo que somos?

De este modo, lo primero que podemos constatar es un grupo de películas con una mirada introspectiva, íntima y pudorosa al origen, familiar, social, histórico. Son películas sobre el pasado, que provocan más preguntas que respuestas. Así, varias de las películas presentes en la sección hablan de la relación con la infancia, en la figura de unos padres heroicos cuyo brillo el tiempo ha ido venciendo. 

En La isla (Miguel Rodríguez) nos propone un retrato de su padre, el hombre que hizo felices a miles de niños en Andalucía a principios de los noventa. Su programa La isla de Flora sin embargo sólo está presente en el recuerdo de unas pocas personas. La película narra la pelea del padre porque su trabajo sea reconocido, pero no por las autoridades, sino por aquellos mismos niños a los hacía felices. Una película sobre la justicia y la coherencia, sobre el paso de tiempo y sobre la ternura. 

El señor Liberto y los pequeños placeres (Ana Serret) narra, de una forma explícita y sensible, el contraste que hay entre la pérdida de la memoria y la lucha por recuperar fragmentaria y precariamente esa misma memoria. Partiendo de una observación dolorosa, la autora llega a esos momentos de felicidad doméstica congelados en unos Súper 8 familiares, preguntándose si el recuerdo de la alegría puede servir de alivio ante la lenta desaparición de un padre.  

Os fillos da vide (Ana Domínguez) nos muestra una forma de vida realizada alrededor de la relación con la tierra, con las leyendas y con el habla de un terreno pequeño de resonancias míticas. La autora desgrana los ecos que las imágenes que vivió en su infancia tienen en su día a día, y emprende un viaje hacia atrás con la esperanza de aclarar un poco el futuro de una región olvidada y casi sepultada por su condición fronteriza, por su carácter humilde. 

os fillos da vide

 

Mirar atrás también implica averiguar de qué contextos venimos, y cómo nos ha sido contado nuestro pasado. La obra reciente de Kikol Grau ha consistido en demoler discursos historicistas, empleando el imaginario de nuestro pasado para romper su estructura monolítica y encontrar en las grietas dosis de una verdad útil. Con Un recorrido audiovisual por la transición, prosigue su trabajo de desmitificación, centrándose esta vez en la Transición española, en cómo nos ha sido contada nuestra historia reciente, y en cómo nos ha sido hurtada la imaginería de la ruptura política y artística.   

Mirar hacia atrás intentando comprender dónde estamos conlleva, en algún momento, mirar alrededor y preguntarse qué es aquello que nos rodea, qué significa, cómo nos afecta un presente que contribuimos a construir aunque nos sea vedado su secreto. El presente no se puede contar con mayúsculas porque aún no es Historia. Por eso, en Resistencias encontramos historias minúsculas, cotidianas, complejas en su sencillez, que resuenan en todos los presentes que habitan nuestros días. 

Se abrirá la tierra (Alonso Valbuena) se nos aparece como una ficción muy atmosférica, de alguna manera como una película de terror para acabar siendo un acta notarial sobre las tinieblas de la España profunda, con la precariedad laboral y la imposible conciliación familiar como telón de fondo. Una película llena de metáforas que abandonan su carácter alegórico para convertirse en una amenaza real para aquello que se llama la vida real. El lobo, la noche, la soledad funcionan aquí como el reverso de una crisis socioeconómica que ha tambaleado nuestra forma de vida. 

En Las cosas (Carlos Rivero) nos muestra cómo las vacaciones normales de una familia normal están llenas de pequeñas cosas en las que depositar una mirada maravillada y absorta. La riqueza de los pequeños detalles contada con la mirada de un cazador que acecha escondido pero ansioso. Imágenes y sonidos que trascienden su carácter doméstico para convertirse en un certero retrato, entre la entomología y la antropología, de las aspiraciones y los anhelos de la clase media. 

Con Ternura y la tercera persona (Pablo Llorca) no enfrentamos a una ficción pura sobre la vida en un barrio de una gran capital, construido de espaldas a los centros de poder. Crónica amable de un microcosmos que repite las inercias y los deseos, las frustraciones y las esperanzas, de cualquier otro enclave. Especie de juego de espejos en el que la voluntad de huir y la necesidad quedarse son las dos caras de la misma moneda. 

A Estacion violenta es la opera prima de Anxos Fazans, y es la adaptación de una novela de Manuel Jabois. En ella se muestran varios tedios superpuestos: el de una ciudad de provincias, donde no hay más horizonte que el de un pasado que no fue tan feliz, y el de una generación perdida, sin horizonte y sin pasado. Una historia de amores silenciosos, de complicidades rotas, de desconfianza mutuas que nos interpela íntimamente, emocionalmente y que nos devuelve una imagen de nuestros días como el de una suma de sueños incumplidos.  

Finalmente, mirar hacia atrás y mirar alrededor llevan a mirar hacia adentro. Explicarse qué es el motor que lleva a una persona a coger una cámara y documentar el mundo, lo que siempre será un fracaso, pues la amplitud de complejidades del mundo es difícil que entre en el objetivo de la cámara. Esa es la base de Ver una mujer (Mónica Rovira), un bello ejercicio de introspección y exorcismo en el que una mujer se enfrenta a los demonios de su vida en pareja para acabar dándose cuenta, en un ejercicio de sinceridad inaudito, que eran demonios heredados de una vocación difícil. Una película bellísima, donde el juego de texturas, luces y sombras, funciona como la perfecta metáfora de lo inefable del amor, de la dependencia y de la honestidad. 

Mirar hacia atrás, mirar alrededor y mirar hacia adentro, es el punto de partida y el objetivo final de Histeria de España, película colectiva donde 22 realizadores, coordinados por Kikol Grau, nos muestran su visión sardónica, esperpéntica e inclemente de los límites geográficos, políticos, históricos y culturales, que nos unen y nos desunen, y que dan nombre al país donde todos sobrevivimos. 

Con estos títulos, el SEFF reedita su apuesta por el nuevo cine español más estimulante y combativo, más arriesgado, más indefinible, que es también el más sincero. 

 

Por Luis E. Parés