Es imposible para Antón Álvarez no fijarse en las maneras de Yerai Cortés. Al misterioso guitarrista flamenco, los modernos le tratan como a un moderno, y los gitanos como a cualquier otro gitano.
La ópera prima del madrileño (también conocido como el músico C. Tangana) no ha dejado indiferente a nadie, porque desde acierta desde la primera secuencia, sumergiendo al espectador en una atmósfera diferente. Esto, con la ironía que conlleva: se siente el ambiente innovador, fresco y actualizado, estilizado acorde con las nuevas tendencias, siendo la imagen que se ofrece la más antigua y tradicional: una cafetería al uso, de tonos rojizos, tazas de loza blanca y maderas oscuras.
Un completo acierto el tono confidente y natural que Pucho —a quien sentimos como un amigo que nos habla, entre sorbos de café, de algo realmente importante— emplea en esta secuencia inicial, que, junto con la profundidad de acercamiento que regala nuestra lente, no hace sino crear curiosidad. Sabemos, en este instante, que nos interesa aquello que tenga que contarnos.
No le falta ningún detalle a la historia que se narra. La familia de Cortés, ahogada en penas, secretos y rencor, aúlla en un grito desgarrador ante la cámara. Obviando las escenas cálidas que hacen reír, envueltas en un halo de inocencia y jovialidad, y las anécdotas curiosas que evocan al costumbrismo caló recogiendo los rasgos más disfrutables de la cultura, queda espacio más que de sobra para las amargas seguiriyas y las lágrimas que Remedios Amaya exprime con su cante. La hibridación de la pieza audiovisual, documental, con un disco musical feroz y atrevido, hacen de La guitarra flamenca de Yerai Cortés una experiencia memorable, de las que obligan a palmear las bulerías que acaricia Yerai y se cantan en corro.
Interesantes los encuadres que enmarcan los temas a modo de videoclips, el buen empleo de los planos secuencia y el dominio del color, conociendo a la perfección las sensaciones a las que se busca apelar. Se entiende la rabia, el silencio; se lee con claridad el luto.
Asimismo, también puede considerarse el debate general que surge en los mejores documentales: ¿cómo de manipulados están los diálogos? Aquellas veces que la cámara, desde el quicio de la puerta, nos insinúa la intimidad, el sigilo y hermetismo que requiere una información delicada. En cualquier caso, y sea orgánico o guionizado, sería complicado desacreditar el filme. “¡Qué bonito estar en duda!”, confesaba Cortés en una rueda de prensa.
La construcción de uno mismo termina siendo el eje principal del argumento, tras haber procesado el contexto del mutismo, la resiliencia y el desamor. “La búsqueda de la identidad concluye con la conclusión de la identidad. La única identidad absoluta es la muerte”: aunque complejas, las declaraciones de Álvarez en la rueda de prensa del Festival de Sevilla labran un camino sobre el que motiva a comenzar a pasear; abrazar el proceso de auto entendimiento, el ensayo y error, el ponerse a prueba y, sobre todo, no callar. “Es tanto lo que yo callo… que no paro de morderme, y tengo los labios hechos cachos”: difícil que no brote llanto escuchando este cante tras conocer la oscura línea de vida que describe.
Entre el misticismo, el esoterismo y el embrujo del gitano flamenco y su familia, reluce un hombre sentío, amoroso y bonachón, que acepta el rodaje de esta película para la propia salud de los suyos, que necesitan sacar y ordenar todo el dolor que tanto, tanto han callado.
Alba Barranco Granadino