En el Festival de Cine Europeo de Sevilla, los cortos ya no son ese aperitivo que se sirve antes del plato fuerte. Este año se sientan a la mesa con todo el derecho, café alzado y cámara en ristre. Durante años, el cortometraje ha vivido como un apéndice de los festivales. Ya no sucede eso con esas historias que caben en veinte minutos y te dejan pensando durante días.
Entre los más comentados, 'Yonne', de Yan Ciszewski y Julieta Korbel, arranca en un París que aún se está inventando a sí mismo. Una historia de cuerpos que trabajan, identidades que se camuflan y ríos que arrastran mucho más que madera. Dicen que rodar fue casi una odisea acuática. Islas, viento… pero el agua no llegó al cuello y el resultado fluye con una fuerza que no se aprende en los manuales. Se queda corto sólo en duración; en ambición, se desborda.
Nausica Serra, por su parte, se mete de cabeza en los laberintos del ego con 'Dissecciód’una incoherència en crisi'. Lo que empieza con tres niñas discutiendo por una tontería acaba siendo un espejo de los adultos, que debaten lo mismo pero con más palabras y menos honestidad. Serra demuestra que a veces lo breve no es pequeño, sino quirúrgico: corta por lo sano.
Lorenzo Follari y Emma Dock optan por disfrazar la realidad, literalmente, en 'Nio Gånger Bättre'. Antes de tener el guion completo ya estaban cosiendo los trajes. Todo parte de ahí. Del juego, del cuerpo, del color. El corto es una fiesta visual sobre amor y deseo, un recordatorio de que la juventud, cuando se la toma en serio, es una farsa maravillosa.
Nevena Desivojević cambia el ruido por el susurro con 'Bright Summer Days', un reencuentro entre hermanas donde casi no hace falta hablar. Hay sol, sí, pero también nostalgia, ese brillo que sólo aparece cuando el verano ya se ha ido. En su economía de gestos y silencios está la fuerza. Pocas tomas, muchas emociones. Un corto que no corre, respira.
Y si hablamos de respiraciones contenidas, 'Baile de feria', de Bernabé Bulnes Gómez, pisa terreno andaluz con el corazón en la garganta. Entre sevillanas y recuerdos, una hija baila con un padre que empieza a olvidar. Rodar entre farolillos y multitudes fue, dicen, casi tan complicado como asumir la historia que se cuenta. Pero el resultado tiene esa verdad de lo cotidiano que no necesita artificio. Es un corto que demuestra que, incluso cuando la mente se desvanece, el cuerpo aún recuerda el compás.
Cinco cortos, cinco maneras de entender lo breve. Todos, eso sí, te dejan con ganas de más. Y tal vez ahí esté el truco. El corto no pretende contarlo todo, sino abrir una rendija.
