No cabría esperar que dos figuras insignes de la historia del cine como Jeremy Irons (76 años) y David Puttnam (83 años) respondieran con tanto entusiasmo y brillantez a un puñado de preguntas más o menos clásicas acerca de este arte, esta industria. Pero así ocurrió durante su atención a los medios de comunicación, previa a la conversación pública que mantendrían horas después, en el Cartuja Center CITE, acerca de la obra maestra que unió sus destinos en 1986: La misión. Todo ello sucedió en el marco del Festival de Cine Europeo de Sevilla, que en su 21 edición ha querido contar con ambos como miembros del jurado de la Sección Oficial y reconocer su inmensa trayectoria con sendos Giraldillos de Honor.
El afecto y la admiración que se profesan, desde aquella legendaria colaboración, saltaba a la vista en su comparecencia. Irons, que ha combinado algunos sonados éxitos comerciales como ese (y como los de El reino de los cielos, El mercader de Venecia o Jungla de cristal: La venganza) con su contribución a la carrera de autores clave contemporáneos (desde Cronenberg a Schroeder, Malle, Skolimowski o Lynch, por citar algunos), cree que la histórica dicotomía entre arte con mayúsculas y entretenimiento se ha agravado: “La influencia de la tecnología ha dado lugar a una generación que ha perdido el hábito de concentrarse y a la que quizá hemos malcriado para que busquen solo la gratificación instantánea”, diagnostica, aun admitiendo que se trata de una generalización.
Para él un ejemplo de reconciliación entre ambas vertientes del cine es justamente La misión, pero no cree que hoy día fuese posible repetirla. “La facilidad con que se halla el placer ha asesinado el deseo de salir de nuestras vidas, de meterse en esas historias de ficción, de ver una película exhibida en toda su magnificiencia y grandiosidad, como experiencia compartida y colectiva”, explica Irons, echando mano de palabras que evocan la consideración que él mismo ha otorgado a su oficio. Su reflexión va más allá, al señalar que en el mundo actual “todos estamos atrapados por la economía, por la obsesión de ganar dinero y de hacerlo fácilmente; pero las historias del cine se transmiten desde el corazón y también para el corazón del público. Quizá las nuevas generaciones no me entiendan y piensen que soy solo un señor mayor hablando, pero me entristece ver que todo se está abaratando”.
Puttnam se atreve a proponer a los presentes una tercera vía en esa pretendida dualidad entre la búsqueda de la excelencia creativa y la del triunfo en taquilla: “Yo nunca he concebido mis películas como una cosa u otra, y creo que quien lo haga demuestra falta de ambición. Lo principal es que tengas algo que decir”. El ganador de una decena de Óscars por sus aclamadas producciones cuenta una anécdota sobre la independencia artística de una superproducción como La misión: “Cuando fuimos a Cannes [donde ganaría la Palma de Oro] todavía no estaba terminada, y después de aquel estreno le quitamos 8 minutos porque pensábamos que podía ser mejor para la película y que estábamos torturando a los espectadores con esas dos escenas de más”. En ese aspecto, no duda en recalcar que “el público es nuestro pan de cada día y debemos tener algo que contarle; pero eso hoy no lo veo ni en el entrenimiento ni en las películas pretendidamente serias”.
Otra aparente dualidad desmontada en este encuentro es la que podría establecerse respecto a la motivación de un actor como el Irons de sus primeros papeles y el del presente, más de 40 años después. “No hay diferencia entre antes y ahora”, asegura. “Siempre me atraen los personajes que me ofrecen una aventura, que me llevan a otro lugar, con los que puedo empatizar, interesarme, divertirme, que formen parte de una historia a la que yo quiera pertenecer”, enumera el intérprete, que cincela sus declaraciones con la autoridad natural de quien ha elevado los textos de sus guiones a parlamentos inmortales en la gran pantalla. Para él, cuya trayectoria abarca desde La mujer del teniente francés (1981), con guion de Harold Pinter, hasta su imponente rol en la serie Watchmen (2019), de Damon Lindelof, todos los papeles son un desafío: “Cuando empiezo el rodaje me siento como si me metiese a hacer de electricista o fontanero, fuera de lugar, pero a medida que avanza me convierto en ellos”.
Raramente escoge Irons papeles que le hagan ganar “una millonada”, y compara esa elección de proyectos con el vino: “Nunca sabes cuándo una añada va a resultar mejor que otra”, o cuándo se producirá esa “magia” que se dio en La misión. Sobre aquel encantamiento cinematográfico, añade su amigo Puttnam la anécdota acerca de otro integrante del elenco, el actor irlandés Ray McAnally, quien durante el rodaje le contaba que “sus habilidades como actor siempre habían ido encaminadas a que el público entendiera lo que su personaje pensaba, y en ese caso no lo debían saber”. A lo que el padre Gabriel en aquel film replica aludiendo a otro de sus papeles míticos, aquel que le dio el Óscar a mejor actor principal en 1990: “Cuando hice de Von Bülow tampoco nadie debía saber lo que pensaba, y eso me fascinaba, porque lo que más me gusta de la actuación es esconder ciertos aspectos del personaje. En la vida hay gente que se presenta de golpe y no hay misterio, pero yo prefiero el enigma de desplegarse poco a poco, como cuando uno se enamora”.
Preguntados sobre qué consejo darían a alguien que quiera iniciarse en el mundo del cine, lo primero que recomiendan ambos es conocer a fondo la historia del séptimo arte y aprender de los maestros del pasado. Puttnam, habituado a dar clases en numerosos ámbitos formativos, dice haber observado en todos sus alumnos que “no han visto suficiente cine; creen que empezó con directores como Spielberg, y muchos ni siquiera saben quién es Chaplin”. El artífice detrás de la ópera prima de Ridley Scott, la obra de culto Los duelistas (1977), también premiada en Cannes, evoca su propio debut como productor en 1976 (y el de Alan Parker como director, con quien dos años después haría El expreso de medianoche) con Bugsy Malone: “A priori no habría nada más difícil de vender que una película de gángsters que son niños, pero quise hacerlo. De hecho, no creo que a día de hoy se pudiera rodar algo así, por eso lo considero un triunfo artístico”.
Según Puttnam, “muchos cineastas actuales hacen las películas para ellos mismos, pero una película sin público... quizá pueda ser una obra de arte, pero no es una película”. Hablando sobre su propia experiencia estos días en el Festival de Sevilla, donde se ha proyectado La misión en una copia restaurada como parte de la sección Esenciales, señala que “lo más increíble del cine es que haya gente haciendo cola bajo la lluvia para ver en pantalla una idea que tuvimos hace tantos años”. Puttnam se deshace en elogios sobre el certamen hispalense, y destaca como sus fortalezas tres aspectos: la fecha “es estupenda, porque hay mucha gente pensando en los Óscars y todo el mundo trata de lograr visibilidad”; la ciudad le parece “sensacional, estarías loco si no quisieras venir”; y, comparándolo con el proceso de consolidación de festivales especializados de primera línea como Sundance o Telluride, cree que el de Sevilla debe aspirar a “servir de plataforma de películas desconocidas que puedan romper luego”.
Tanto el productor como el actor ingleses se mostraron muy agradecidos por la invitación a esta 21 edición del Festival de Sevilla y a su director, Manuel Cristóbal, quien a su vez expresó su gratitud hacia ambos ilustres galardonados “por su generosidad y su tiempo, y también por aceptar formar parte de esta familia que estamos construyendo en esta nueva etapa”.