Cineasta en pleno bloqueo creativo tras la muerte de su madre, Namir decide hacer con su padre lo que no pudo con ella: despedirse con la cámara como testigo. Pronto se encuentra investigando la historia familiar de amor y exilio, a través de archivos personales que mezcla con películas egipcias de directores como Youssef Chahine: escenas clásicas con las que ilustra momentos de la vida de su madre, quien siempre quiso que se dejara de documentales e hiciera una película de verdad. El autor del elogiado La Virgen, los coptos y yo recupera parte de aquel tono burlón en esta autoficción de afinado lenguaje, donde logra transformar su duelo en un viaje a través de la memoria cinematográfica, sugiriendo que este arte resucitador siempre se acaba abriendo camino. Más que de la muerte, esta irrepetible perla fílmica habla de los vínculos que la trascienden en forma de imágenes.