Por Lucía Villalba P.
Las infidelidades son mentiras que se cuelan en nuestra vida, o quizás no en la de todos: nunca estaremos seguros de ello. Caminamos con decisión, pero con miles de falsedades a las espaldas. La cuestión reside en que la verdad no es fácil de digerir, siempre la realidad es más cruda que la ficción. El último verano, producción francesa dirigida por Catherine Breillat, es una película que pone sobre la mesa este dilema, escapar de la sinceridad para arroparnos con el engaño.
La gran protagonista en esta historia familiar es la hipocresía. Toda la obra gira en torno a Anne, abogada, madre de dos hijas y felizmente casada, hasta que conoce a su hijastro de 17 años, Theo. Entre dudas y emociones, el matrimonio de ella peligra cuando de pronto aflora una relación a escondidas con el hijo de su marido.
Las escenas íntimas son lo que más diferencia a este filme de cualquier otro. Estamos acostumbrados a ver cuerpos desnudos, o semidesnudos, durante cinco segundos y ya, pero la directora de esta película, Catherine Breillat, refleja lo contrario. En primer plano se muestra el rostro de uno de los actores durante un minuto en la pantalla, sin movimientos de cámara, sin cortes, sin música, sin cambios de plano; sólo las expresiones faciales y los gemidos. Estos momentos despiertan cierta incomodidad, aunque están para eso, para que te hagan sentir.
La música no juega un papel importante en esta película, podría decir que está sentada en el banquillo todo el tiempo; exceptuando una escena del principio en la que aparecen Anne y Theo en un coche, cuando se comienza a vislumbrar la química entre ellos. El silencio es el arma que se usa para aportar humanidad a la historia. Una obra realista, no hay nada más real e irreal que la mentira.
Es esencial tener en cuenta que la directora de El último verano compró los derechos de otra película con la misma trama: Reina de corazones, producción danesa, dirigida por May el-Toukhy. Ambas historias hablan de lo mismo, pero con diferente forma y final. Catherine Breillat buscó diferenciar su obra con unos planos mucho más emocionales, que muestran la verdad en la mirada de los personajes. Además, el actor que interpreta a Theo, Samuel Kircher, era menor de edad cuando se filmó este largometraje, por lo que su propuesta es mucho más atrevida y controvertida.
El final que elige la directora es bastante acertado; ella asegura que es abierto a libre interpretación, aunque parece bastante claro: ¿Cuál es el precio de la mentira?, seguro que más barato que el de la verdad.