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Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine (portugués)

El cine portugués vive una extraña paradoja: atrapado por las penurias de la crisis y por los recortes de su gobierno, muestra una extraordinaria vitalidad creativa saludada en todo el mundo. El Festival de Sevilla lo deja bien claro con una gran retrospectiva.

Me pide Caimán Cuadernos de Cine que escriba un texto sobre la situación actual del cine portugués en torno a sus principales rasgos estéticos, pero sin incidir particularmente en la salud económica que el sector atraviesa o, mejor dicho, en su estado deplorable y de absoluta enfermedad. Podría intentar hacerlo, pero no puedo. Al saber que Manoel de Oliveira, camino de sus 105 años, pero aún con una vitalidad y un deseo de cine impresionantes, está en su casa de Oporto, parado, viendo pasar el tiempo (pero con un ambicioso proyecto en las manos listo para arrancar), sin poder dar continuidad a una de las obras más valiosas del siglo XX por estas crisis y estas troikas, es necesario mostrar indignación.

Conviene recordar a los lectores de Caimán CdC que la historia del cine portugués, tanto como su diversidad única, nacieron de la acción de un grupo de cineastas que, desde el comienzo de los años sesenta, desde los albores del cine moderno, aprendieron a convertirse en francotiradores, en autores completos que ‘dispararon’ desde sus puntos de mira, solitarios como lo son todos. ¿Qué les unió? ¿Qué sigue uniendo, por ejemplo, a la generación de Fernando Lopes y Paulo Rocha, que hicieron el Cinema Novo al comienzo de los sesenta, con un nuevo grupo de jóvenes cineastas como João Salaviza, João Vladimiro o Gabriel Abrantes? Tal vez una misteriosa ‘transmisión sanguínea’ (fue Oliveira quien dijo creer que la memoria se transmite a través de la sangre) en la que el ser genuino forma parte del código genético.

Ha habido muchas crisis desde entonces, no solo económicas (el cine portugués siempre ha sido un pequeño mercado subvencionado y doméstico, con poco dinero disponible), sino también estéticas (la incomprensión general de la ópera prima absoluta de Oliveira, Amor de Perdição en 1978; el escándalo del estreno de la ‘película maldita’ de João César Monteiro, Branca de Neve, en 2000), pero aquellos snipers, bien o mal, superaron los obstáculos. Sobrevivieron al estorbo de una ilusoria industria que deseó extinguirlos a lo largo de las últimas dos décadas y que, por mala suerte, nunca tuvo ni nunca tendrá condiciones para existir en el rectángulo que comparte con España en la Península Ibérica. Radicalizaron sus métodos de producción con el advenimiento de lo digital (es aún temprano para medir la amplitud real y la influencia de aquella que, ahora sí, puede considerarse la película decisiva sobre la materia: No Quarto da Vanda, realizada en 2000 por Pedro Costa). Ellos alumbraron, sobre todo en estos últimos diez años, y a veces con reseñable entusiasmo, todos los matrimonios y divorcios posibles entre documental y ficción, alimentaron sus mayores ambiciones y quebraron las mayores fronteras que hoy marcan al cine contemporáneo. Y las películas no dejaron de surgir, unas más adinera- das y otras menos, y no dejaron de recorrer, con admiración extranjera, los mayores festivales internacionales, dando todavía sentido a la vieja alerta lanzada por Serge Daney, cuando éste sugirió, en un texto llamado “Le Pôle Portugais”, que Portugal es el país con mayor número de buenos cineastas por metro cuadrado.

Viene este texto a propósito del “Focus Europa: Portugal” lanzado por el Festival de Sevilla. Pero este noviembre de 2013 llegamos a una paradoja absurda: Manoel de Oliveira está parado, tal como estuvo parada, y así continúa, toda la producción de cine portugués en 2012 (víctima de salvajes recortes del 100% por el Gobierno en esta legislatura), hay una Ley de Cine aprobada que no se está cumpliendo, hay obligaciones contractuales con operadores privados del audiovisual que, en estado de impunidad, se niegan a pagar lo que la Ley les exige, pero cuando vemos el programa que Sevilla ha preparado no se nota el sofoco en el que vive el cine portugués.

La última vez que vi Macao, de João Rui Guerra da Mata y João Pedro Rodrigues

No se nota porque, al reunir algo de la mejor producción lusa de los últimos cinco años (una gran parte de ella generada en período poscrisis), Sevilla se encuentra con una extraordinaria amplitud de propuestas que no solo no denuncian, sino que superan las paupérrimas condiciones de producción en las que fueron creadas. El caso de João Pedro Rodrigues y de João Rui Guerra da Mata, dúo unido en la vida y que trabaja en conjunto desde hace casi dos décadas (João Rui es responsable de la dirección artística de todas las películas de João Pedro, ha codirigido ya algunas de ellas y se estrenó en solitario el año pasado, con el corto O Que Arde Cura) es un caso ejemplar de perseverancia. En los dos últimos años, y mientras esperan luz verde para ro- dar el nuevo largo de João Pedro (se va a llamar O Ornitólogo), realizaron seis filmes, dos de ellos en Macao, beneficiándose, bien de débiles apoyos al documental (que luego dieron lugar a películas ficcionadas), bien de encargos (como el de Guimarães 2012; Capital Europea de la Cultura), mostrando una audacia y una capacidad de trabajo sorprendentes que pueden servir de ejemplo: en 2013, ser cineasta en Portugal no significa solo reclamar al Estado el derecho de existir; significa también no desanimarse, ni desistir, encontrar nuevas formas de trabajo. En este contexto nació Mahjong, por ejemplo, otro encargo (de Estaleiro; Vila do Conde) y una película ‘milagrosa’ a nivel de producción, y más aún porque consigue entrar en el terreno del thriller, cosa rara en el cine portugués.

E agora lembra-me
CUESTIÓN DE TIEMPOS

El tiempo, tanto en el cine como en la vida, es una presión, pero puede ser un lujo en el cine cuando las producciones se adaptan a él: otra lección que viene de las películas de Pedro Costa. Lujo en el tiempo invertido por Salomé Lamas con el personaje de Tierra de nadie, un exmilitar y exmercenario cuyo relato, mitómano o real (nunca lo sabremos), nos lleva a un terrible viaje que coincide con el fin de la historia del colonialismo portugués; lujo en el tiempo invertido por João Canijo con sus actores en el melodrama Sangue do Meu Sangue; lujo en el tiempo invertido por João Vladimiro, solo con su cámara de súper 16mm, entregado a los misterios de la naturaleza y a los movimientos de la vida de una remota aldea portuguesa perdida en el tiempo en Lacrau, hasta el punto de que ese tiempo se convierte en una aventura sensorial, y por ello mismo íntima. Dramas románticos que convocan a un espectro de ciencia ficción (A Zona, ópera prima de Sandro Aguilar). Dramas románticos que crean la ilusión de un melodrama de época, sugerido por suntuosos escenarios de cartón, como aquel que Rita Azevedo Gomes, a partir de una novela de Barbey D’Aurevilly, extrajo del magnífico A Vingança de Uma Mulher. Diarios íntimos, ora centrados en la primera persona, pero con una voluntad cosmogónica de agarrar la vida (Joaquim Pinto describió su ópera prima, E Agora? Lembra-me, como “una película de combate”), ora proyectados, en retrospectiva, en los laberintos de una obra de cine mayor, como la de Paulo Rocha, en Se Eu Fosse Ladrão Roubava..., el film póstumo del gran cineasta de Porto. Atreverse a salir del confort de un modelo de cortometraje y partir a la deriva por la narrativa, llevando sutilmente en el equipaje el lamento de un adiós a la adolescencia, en una hipótesis de película de piratas (o mejor: con piratas): A Espada e a Rosa, primer largo de João Nicolau. Recorrer un cine cartográfico, ora rescatando la memoria de una personalidad, la del periodista y crítico Novais Teixeira (O Fantasma do Novais, de Margarida Gil), ora la experiencia de un encuentro con una ciudad mítica, la Guimarães de Torres & Cometas, de Gonçalo Tocha. Vuelvo a los francotiradores. A uno de los más arrojados, Miguel Gomes, que en Aquele Querido Mês de Agosto, en una sorprendente mise en abyme, tuvo la gallardía de compartir con nosotros la aventura (pero también la aflicción) de lo que es hacer cine en Portugal, exponiendo en esa película las entrañas de su propia producción, incorporando en la narrativa ‘el otro lado’. El mismo Miguel Gomes que nos dijo en Tabú, por los ojos de aquel melancólico cocodrilo, que “la memoria del mundo es eterna y nadie pue- de escapar de ella”. Creo que hay mucho de la existencia del cine portugués en aquel animal prehistórico que parece haber atravesado todos los tiempos, todas las fronteras históricas, y que Gomes transforma, admitámoslo con alguna libertad, en personaje. Un deseo de poesía de un país de cineastas que insisten misteriosamente en el derecho a la diferencia y que no podrían, ni sabrían, venir de cualquier otra parte del mundo. Parte de ese misterio, lo revela ahora con holgura el Festival de Sevilla.

Tabú, de Miguel Gomes

FRANCISCO FERREIRA es el crítico de cine en el periódico de Lisboa Expresso y colaborador ocasional de revistas como Cahiers du cinema y Cinema Scope.

Artículo originalmente publicado en el especial de Caimán Cuadernos de Cine dedicado al Festival de Cine Europeo de Sevilla 2013. Traducción: Alba Aparicio Durán