Du cote
biblioteca

EL BELLO VERANO. UNA GENEALOGÍA DE PELÍCULAS VERANIEGAS

Cabe preguntarse por qué el verano es una estación tan visitada por el cine (y por la literatura). No hay que irse muy lejos para hallar la respuesta: se trata de un tiempo en el que se nos concede una licencia para la entrega sin reservas a la libertad. El calor y el aire libre invitan a la conexión con el cuerpo y los sentimientos. Los días en blanco para ser llenados llaman a la aventura, a lo extraordinario, a las iniciaciones. Los días de verano (bien sea a la orilla del mar, o en la ciudad desierta y pegajosa) instalan un estado de ánimo que no quiere ser interrumpido si visitamos la sala de cine (presencial o virtual). Por eso mismo hoy trazamos desde nuestra biblioteca una genealogía (sesgada pero bella) del cine de verano europeo a través de algunas secuencias evocadoras. 


Empecemos por las iniciaciones. Como por ejemplo la de Pär y Annika, a sus catorce años, en A Swedish Love Story (1967), de nuestro apreciado Roy Andersson. Aquí, la pareja se encuentra, ansiosa, para pasar unos días de verano juntos:

 

Mucho menos inocente, y bastante más explícita es la iniciación de Une vrai jeune fille, de Catherine Breillat, conocida por el espacio que concede al deseo de las mujeres en su cine, como se ve en esta “bucólica” escena:

 

La muy famosa ópera prima de Bergman, Un verano con Monika (1953), también muestra una mujer deseante, además del destello fugaz de un verano que se presenta también como línea divisoria en su vida:

 

Hay otras iniciaciones que se pasean más por el autodescubrimiento y la revelación, asunto espinoso en tiempos pretéritos, como es el caso de ese 1962 que Techiné muestra en Los juncos salvajes (1994), en donde la atracción por el mismo sexo se halla condicionada por unas normas sociales que no aceptan tal cosa:

 

Despertares que recorre en una época más abierta My Summer of Love (2004), de Pawel Pawlikowski, que en esta secuencia da cuenta de un momento clave de transición entre la amistad y el amor:

 

Por supuesto, en esta sección de iniciaciones ha de estar Call me by your Name (2017) del italiano Luca Guadagnino, en esta escena (hoy carne de meme): 

 

También hay otra clase de “rituales de paso”, que no son necesariamente sexuales. Verano 1993 (2017), de Carla Simón, es en cierto modo una película iniciática, el despertar a la naturaleza y a una nueva vida de una niña:

 

No todo el mundo puede darse el lujo de pasar el verano en la campiña o junto al mar. Los veranos en la ciudad, sin embargo, tienen una textura particular. La extraña sensación de que por un momento las calles pertenecen a quienes se quedaron, las noches casi submarinas de vagar huyendo del asfalto ardiente. Cada uno se refresca como puede, como en la mítica secuencia de La ley del deseo (1987), de Pedro Almodóvar, lo hace Carmen Maura:


 

Céline et Julie vont en bateau (1974), de Jacques Rivette, nos presenta también a dos mujeres en un verano en la ciudad, y su muy particular manera de huir de su hastío. Aquí, la una persigue a la otra como Alicia persigue al conejo:

 

Escape que de una manera bien distinta plantea Vigil Vernier en Mercuriales (2014):

 

Un verano mucho más angustioso es el que nos cuenta Argyris Papadimitropoulos en Wasted Youth (2011), calor asfixiante en medio de una Atenas exasperada por la crisis: 

 

También en el mundo del skate, pero esta vez desde Serbia, la vigorosa ópera prima de Nikola Lezaic, Tilva Ros (2010), nos presenta el retrato de dos amigos en un verano de pueblo, en el último verano justo antes de los grandes cambios que les separarán:


 

Tampoco lo tiene nada fácil la adolescente protagonista de Fish Tank (2009), de Andrea Arnold, en su nada amable entorno del extrarradio londinense:

 

Pero hay quienes encuentran la manera de huir, como las dos jóvenes que hacen autostop en Messidor (1978), de Alain Tanner. Messidor era el nombre del verano en el calendario de la revolución francesa, y el nombre de esta película emocionante y agridulce: 

 

Como también lo hacen los personajes de Pierrot le fou (1965), de Jean-Luc Godard, desenfrenado escape de la ciudad y de toda forma convencional de ver el cine. 

 

No hay garantías tampoco de que unas vacaciones junto al mar salgan bien. L’avventura (1960), de Antonioni, empieza justamente con una desaparición. Aquí tres razones (de entre las muchas que hay) para verla:


 

En la película de Antonioni hay un giro inesperado en unos planes de verano más o menos rutinarios, como también pasa en cierto modo en À Flor do Mar (1986), de João César Monteiro.

 

Tampoco le salen nada bien sus planes de esparcimiento al señor Hulot, para nuestro alborozo, como vemos en este extracto de la película de 1953 de Jacques Tati:

 

Las cosas se tornan fascinantes cuando los claroscuros entran en cuadro. Es así como dos obras muy disímiles comparten la luminosidad del verano y del amor, con la oscuridad de la muerte al acecho. Es el caso de una de las películas más mágicas jamás hechas, Una partida de campo (1936), de Jean Renoir:

 

Y de la ganadora del Giraldillo de Oro, la fascinante El desconocido del lago (2013), de Alain Guiraudie, en la que el deseo puede más que el miedo a la muerte: 

 

Y regresando ya en este recorrido a la diversión y a la ligereza, tenemos Du cote d'orouet, de Jacques Rozier, una película en la que no pasa nada y pasa de todo, el espíritu del verano condensado en un film en el que quedarse a vivir:  

 

Y si han llegado hasta aquí se preguntarán, ¿y dónde está Eric Rohmer? Es imposible elegir una sola película veraniega de su filmografía, así que para cerrar esta genealogía heterogénea e incompleta, he aquí un paseo por el verano en sus films: