Sandra Romero estudió Periodismo en la Universidad de Sevilla y es diplomada en Dirección de Cine por la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM). De su trayectoria como directora y guionista destacan varios cortometrajes y en algunos capítulos de la miniserie Los años nuevos, de Rodrigo Sorogoyen. El Festival de Sevilla acoge su ópera prima, tras su estreno en la sección New Directors del último San Sebastián. Por donde pasa el silencio comparte título con un cortometraje previo, subtrama de la película, y por el que recibió la Biznaga de Plata a la mejor dirección en el Festival de Málaga. En él su protagonista, interpretado por Antonio Araque, regresa a su pueblo para pasar la Semana Santa después de estar un tiempo viviendo en Madrid. Allí se reencuentra con su expareja y recorren juntos las calles que antes frecuentaban a paso de la Hermandad del Silencio.
La cineasta sevillana pretende ahondar en temas más profundos. La película habla de la familia, de la interrelación entre sus miembros. El relato se centra en la historia de vida de dos hermanos mellizos cuyos caminos se desarrollan por separado. Javier sufre de escoliosis, condición que ha afectado no solo su salud física, sino mental. Ante la ausencia de su hermano, ha encontrado una vía de escape en su adicción a la droga y la fiesta. Está enfadado con sus padres y descubre un refugio en la casa de campo, allí donde su compañía se reduce a los animales. En su regreso a casa, Antonio experimenta un profundo desarraigo: ya no vislumbra un hogar en aquel sitio, rodeado de esa gente. La culpabilidad le azota, a él y a su hermana María, que rehúsa rehacer su vida lejos de Javier.
El reparto cuenta con la presencia de actores no profesionales, como Javier y María Araque, pero también con la reconocida Mona Martínez, actriz de Adiós. Por donde pasa el silencio es un film extremadamente orgánico, cargado de realidad. Aspectos documentales y ficticios se mezclan en un film donde sus personajes quedan considerablemente expuestos. Se desenvuelve en un escenario muy familiar, despertando cierta sensación de intromisión por parte del espectador.
Es una película en la que abundan los diálogos, pero sobre todo los silencios. Silencios intrínsecamente conectados a todo el ruido que nos presenta, en un ciclo que se retroalimenta. La ausencia de estímulos externos abre un espacio a los ruidos internos, esos que normalmente resultan opacados por el bullicio diario. En este vaivén, el silencio no logra escapar de sus propios ecos y atormenta, de diferentes formas, a los protagonistas de esta historia.
Establece al mismo tiempo un paralelismo entre libertad y prisión. No se concibe la libertad como la mera ausencia de restricciones, sino la capacidad de elegir quiénes somos y qué queremos ser. Muchas veces nos encerramos en prisiones invisibles, cadenas internas que limitan más que cualquier condición física. Liberarse de esa prisión es un proceso de autorreconocimiento y aceptación, la asignatura pendiente para muchos.
Inmaculada Salado Mateos