Inspirado por la foto en que la modelo / artista Lee Miller aparece metida en la bañera de Hitler el día en que este se suicidó, y tras varios multipremiados cortos, el director francobritánico Jethro Massey debuta en el largometraje con Paul and Paulette Take a Bath, una comedia romántica y siniestra, extravagante, impredecible y (a qué no decirlo) deliciosa. “Me preguntaba por qué alguien se haría una foto así, y esa idea me llevó a plantearme por qué nos fascinan tanto la tragedia y el horror, como la afición actual por el true crime”, explica el cineasta. “Hay un sentimiento extraño en esas obsesiones morbosas, y quería comprender el fenómeno por el que miramos y luego nos damos la vuelta. Y por otro lado quería explorar, a través de estos personajes, cuándo deberíamos preguntarnos si hemos ido demasiado lejos o si hemos cruzado una línea?
La trama sigue a un aspirante a fotógrafo estadounidense, Paul (Jérémie Galiana), que conoce casualmente en París a una chica, Paulette (Marie Benati), con una curiosidad malsana por la cara más oscura de la historia de la ciudad. En ese sentido, cuenta Massey ha puesto parte de su propia experiencia en ambos personajes, dado que creció en Inglaterra pero reside en la capital francesa: “Siempre me he sentido un extranjero en Francia, como en mitad entre dos culturas, y me interesaba para la historia esa perspectiva de alguien de fuera”. Respecto a las referencias a la cultura pop norteamericana, reflejada en figuras como las de Elvis Presley o Marilyn Monroe, el director y guionista los conecta a su film en el hecho de que “fueron personas con vidas trágicas a las que se convirtió en símbolos. De hecho, es algo que también sucede con personajes como Hitler, y me interesaba reflexionar sobre ese contraste entre el ser humano y aquello en que los transformamos, ya sean considerados héroes o villanos”.
Paul and Paulette Take a Bath (título de resonancias rivettianas) supone una reflexión en torno a esos símbolos, algunos de ellos tan poderosos como la representación de Jesús en la cruz: “Tenemos esa imagen asociada a un icono cristiano, pero en realidad no deja de ser un hombre ejecutado”, por eso los protagonistas de la película piensan sobre ello: “Es natural ese distanciamiento que suele haber con los hechos o debemos empatizar?”. En una de sus escenas más llamativas y quizá provocadoras, el film juega con la idea católica del cuerpo consagrado como “una forma muy especial de pensar que nos estamos comiendo a Dios”, que le pareció muy potente por lo que evoca y tradujo en un pasaje sorprendentemente sinestésico. No en vano, a medida que este viaje histórico por las zonas sombrías de París se acerca al pasado más reciente, se van difuminando las líneas entre lo real y lo imaginado.
Todo comienza con esa suerte de juego oscuro entre Paul y Paulette, por el que comienzan a recrear escenas de crímenes y fatalidades famosas en los lugares donde ocurrieron, desde la celda de María Antonieta en la Conciergerie al cementerio del Père-Lachaise; espacios donde casi nunca se ha permitido rodar films de ficción y en muy contadas ocasiones algún documental, por lo que Massey se muestra muy afortunado de haberlo logrado. “Hay algo en esos sitios que parecía incidir en la atmósfera de la película y del equipo, y me gustaría pensar en que eso se transmite a través de las imágenes, porque fueron muchas semanas llamando a puertas para poder rodar en las localizaciones reales, pero me parecía importante. Podías sentir la presencia y la textura de la Historia en las alfombras, los muebles, las marcas de los cuadros que estuvieron colgados en esas paredes... llegaba a resultar incómodo para los actores”.
El deseo de experimentar algo así de especial define a los personajes de esta película (y, en cierto modo, a cualquiera de nosotros), especialmente a Paulette: “Llegar a conocer la Historia a través de la lectura no es suficiente para ella. Creo que es algo que nos pasa a todos, solemos querer saber más, estar más cerca de los hechos, como sucede con las películas”. Massey cita ese momento de Soñadores, de Bernardo Bertolucci, en el que los personajes quieren recrear la mítica escena de la carrera por el Louvre en Banda aparte, de Jean-Luc Godard: “Quieren ir más allá, quieren sentirlo”.
De nuevo, tiene que ver con el magnetismo de saber que un suceso relevante, desde un punto de vista simbólico, se conecta a ese lugar: “Si alguien me dijera que Mussolini se sentó en esta silla que yo ocupo ahora, cambiaría completamente la experiencia. La cuestión es que nunca nada nos parece suficiente en ese afán por experimentar ciertas sensaciones”, dice el autor francobritánico, para quien nuestra mirada hacia figuras del pasado como la del dictador italiano afecta a cómo miramos el presente y el auge de los movimientos de ultraderecha. “Convertir algo o alguien en símbolo del mal, sin tratar de entender qué parte de eso tiene que ver con nosotros mismos, me parece peligroso”, concluye Massey, quien más que un baño de sangre nos da un baño de realidad.