Una película de un director griego sobre una familia rusia en Suecia, cuyo dolor podemos entender cualquiera que sea nuestra lengua. Otro film que plantea un dilema clásico en un conflicto contemporáneo y que aspira a que se entienda el silencio como un lenguaje. Vida en pausa (Quiet Life en su título original) y Julie Keeps Quiet se han presentado como integrantes de la Sección Oficial a competición de este 21 Festival de Sevilla: dos obras social y éticamente punzantes, estéticamente absorbentes, que reflexionan sobre los comportamientos que se le presuponen a personas inmersas en una situación de vulnerabilidad.
no lo llamen distopía, llámenlo sistema
Obligada a huir de su país, una pareja rusa trata de solicitar asilo en Suecia con sus dos hijas. Denegada su petición, la menor de ellas cae en coma. Este es el punto de partida de Vida en pausa, primera película de ficción sobre el llamado Síndrome de Resignación Infantil, un misterioso trastorno que afecta solo a niños refugiados y que parece vinculado, más que a lo psicológico, a lo social: una vida demasiado intensa para ser asumida. El cineasta griego Alexandros Avranas (mejor director en Venecia por Miss Violence) conoció el fenómeno hace unos años por un artículo de The New Yorker: “Cuando lo leí, me preguntaba si se trataba de un hecho real o si era ciencia ficción”, ha comentado, “pero me pareció un gran comienzo para una película alegórica sobre la sociedad que le estamos dejando a nuestros hijos”.
Aunque realizó una exhaustiva investigación junto a su coguionista Stravos Pamballis, examinando más de 50 casos registrados en Suecia, no quería centrar en ellos su ficción, sino usarlos para dar forma a la dramaturgia. “El rodaje parecía un chiste: un director griego que no entendía a sus actores rusos cuando hablaban entre ellos. Yo no soy sueco, soy europeo, pero me pareció increíble que eso esté sucediendo en el continente y creo que el cine europeo ha de tratar estas cuestiones. Da igual que tengas o no una opinión formada, siempre se tiene una postura política al respecto”, ha dicho Avranas sobre esta coproducción de Francia, Alemania, Suecia, Grecia, Estonia y Finlandia. “Al fin y al cabo, todos podemos entendernos, porque el dolor tiene una única lengua”.
Al realizador heleno no le interesaba hacer una película sobre el drama de los refugiados provenientes de otros continentes, sino plantear esta situación con gente “del mismo color de piel, muy parecidos a nosotros”, para reflexionar sobre “lo que significa el poder, sin importar si procede del Estado o de la familia”. Respecto a una interpretación de su película en clave de distopía, ha expresado que el sistema que muestra “no es distópico, es uno que existe y que genera violencia, aunque sea pasivo-agresiva”. No obstante, tampoco pretendía recrear vidas reales, sino cómo podían sentirse sus protagonistas (interpretados por Chulpan Khamatova, Good bye, Lenin!, y Grigory Dobrygin, mejor actor en Berlín por Cómo terminé este verano), “su sensación de soledad, frialdad, de pérdida de potestad sobre sus hijos”.
Avranas aspiraba, con el tratamiento formal de su película y apoyado en la cuidada dirección de arte de Markku Pätilä (habitual de Aki Kaurismäki), a reflejar “cómo es la vida en ese limbo en el que viven estas personas. Pueden ir a Ikea, todo está ahí delante de sus ojos, pero no pueden usarlo. Se ven obligados a actuar como robots, sonreír para parecer que son iguales a los suecos”. El cineasta griego, que no se considera integrante de la corriente weird del cine griego, porque no cree que pueda definirse como un verdadero colectivo artístico (aunque “a todos nos encantan Haneke, Pasolini o Fassbinder”), piensa que en el fondo Vida en pausa trata acerca de las emociones que genera “el sentimiento de no sentirse aceptados”.
Hablar o no hablar, esa es la cuestión
Tras el suicidio de una de sus antiguas alumnas, el entrenador de una academia de tenis de élite es suspendido y los focos se vuelven hacia su jugadora estrella, Julie, de la que todo el mundo espera que hable. “La intención con esta película era crear un espacio seguro para Julie”, ha comenzado diciendo Ruth Becquart, coguionista (y también intérprete) de Julie Keeps Quiet. “Y para todas las Julies del mundo, porque todos en algún momento de nuestra vida hemos querido quedarnos callados”. En realidad, ha dicho, no se trata de cerrarse a la comunicación, sino al contrario, de “abrir un nuevo diálogo en el que se sepa entender su silencio, que es un tipo de lenguaje”. Para Julie es un modo de “reclamar su vida, romper su aislamiento”, y con esa idea, junto al director Leonardo Van Dijl, Becquart trató de cambiar la percepción de la víctima para que esta “recuperase su voluntad”.
Ha estado presente también en Sevilla la talentosa jugadora de tenis (fuera de la pantalla) y actriz debutante Tessa Van den Broeck, quien da vida a Julie en una sorprendentemente sutil interpretación: “Hice muchísimos ensayos con Leonardo y, aunque resultó duro, llegado un punto sabía bien lo que quería de mí y entendía aquello que le pasaba por la cabeza al personaje en esa situación”. Ella conoce a la perfección el nivel de competitividad propio de ese entorno: “El hecho de ganar un partido, pero también de perderlo, genera ese sentido individualista del deporte, aunque hay una parte del proceso donde los entrenadores tratan de equilibrarlo para que disfrutemos. Es divertido también”, ha sonreído Van den Broeck, un aspecto en el que ha incidido la guionista, cuya intención fue aportar cierto humor y ligereza a una historia bastante dura.
Van Dijl, que ya había dirigido un par de cortos con el deporte como tema central y que aquí ha contado con la jugadora Naomi Osaka como productora ejecutiva, emplea en su primer largometraje el deporte como metáfora de la vida y sus batallas. “Conversamos un montón y hubo muchas versiones del guion”, ha explicado Becquart, “discutíamos mucho acerca de la dramaturgia clásica griega y de la figura de Julie como la de una heroína moderna que se enfrenta a un dilema: hablar o callar”. Juntos construyeron “una nueva narrativa para abordar su silencio, que impone otro ritmo a la película; en realidad es ella quien lo marca, y eso es lo raro. También había algo espiritual en esa idea de escuchar el silencio”. La música de la película, ha añadido la guionista, no proviene de la banda sonora, sino que “tiene otra partitura, la de aquello que no se dice”.
Van den Broeck ha destacado que, aunque Julie Keeps Quiet se ambiente en el mundo del tenis, “todo el mundo puede sentirse identificado, porque lo que cuenta puede ocurrir en cualquier situación, en cualquier otro entorno laboral”. Becquart, por su parte, ha resaltado la interpretación de la joven, asegurando que “los deportistas son grandes actores, porque están habituados a cambiar de registro muy rápido, y tienen la capacidad de darlo todo para responder a lo que se les pide”. Cualquier entrenamiento conlleva riesgo de lesiones pero también pequeñas victorias, como la de este “gran viaje” que ambas han vivido con su film, premiado al mejor guion en la Semana de la Crítica de Cannes y elegido para representar a su país, Bélgica, en los Óscar. “Ha sido maravillosa esta acogida, pero no buscamos el prestigio internacional, nos conformamos con provocar reacciones tan emotivas como la de un padre que, tras verla, nos dijo que iba a llamar inmediatamente a su hija”, ha concluido Becquart; quien, ya lo ven, no habla por hablar.
