Pietro Marcello
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Pietro Marcello: libertad, osadía y compromiso

Cuando ‘Martin Eden’ pasó entre aplausos por festivales de todo el mundo (entre ellos, Sevilla, donde consiguió el Giraldillo de Oro) y arrasó en los Premios EFA, el nombre de Pietro Marcello (Caserta, 1976) dio un salto a la élite de creadores que marcan la pauta en el cine de autor europeo
 

Con una personalidad a prueba de bombas, su trabajo, casi siempre desarrollado en los márgenes de la no-ficción, subía algunos peldaños con esta adaptación de la novela homónima de Jack London, en sus propias palabras “un retrato que podía anticipar las perversiones y los problemas del siglo XX: las relaciones entre el individuo y la sociedad, el papel de la cultura de masas o la lucha de clases”. Un ejercicio formalmente deslumbrante y narrativamente feroz que llevaba a medio mundo a poner la lupa en el trabajo de Marcello, cineasta libre, comprometido, osado, inquieto, poético y humanista.

De formación pictórica (estudió en la Academia de Bellas Artes de Nápoles), documentalista autodidacta, pasó por Venecia con Mención Especial para su primer largo, Il passaggio della linea (2007). Y sumó galardones en Berlín, Buenos Aires o Turín (además de llevarse el David di Donatello) con el segundo, La bocca del lupo (2009). Y en medio de documentales como Il silenzio di Pelesjan (2011) o Para Lucio (2021), se atrevió con su primera ficción en Bella y perdida (2015), premiada en Locarno.

Scarlet

Ahora presenta L’envol (Scarlet), su tercer largometraje de ficción, de belleza desbordante, inspirado libremente en la novela de Aleksandr Grin El velero rojo. Protagonizado por Juliette Jouan, Louis Garrel y Noémie Lvovsky, el film nos sitúa a principios del siglo XX, en la época de entreguerras, para contar el romántico periplo de una mujer emancipada.

Conozcamos un poco más la figura de Pietro Marcello a partir de declaraciones recogidas en varias entrevistas:

La evolución del cineasta

Todo mi cine está en Martin Eden, pero no podría haberla hecho sin mi trayectoria como documentalista. Porque el documental me dio la estructura del cine y Martin Eden es la evolución natural de mis películas anteriores. Con el documental aprendí a manejar imprevistos, a ser capaz de resolver problemas, a ser mi propio operador de cámara y a montar el film, a montar directamente en cámara. Todo eso me enseñó el cine documental: me dio la estructura de mi cine. El documental se basa en lo inesperado y es gracias a lo inesperado que hice pequeñas películas creativas. Tengo un método un poco rosselliniano: no creo en la escritura, creo que hay que inventar mucho durante el rodaje, durante el montaje. Siempre he seguido mis instintos, mis intuiciones. No debemos juzgar sino hacer pensar a la gente.

 

Primeros pasos

Tuve mucha suerte, pero dicho esto, tuve que trabajar muy duro, también en términos de hacer otros trabajos para mantenerme. He luchado mucho, y quizás lo que me salvó fue que estaba muy decidido. Era muy terco y me mantuve firme. Y me ensucié las manos. Nunca he sido rechazado como cineasta, aunque he sufrido mucho por la injusticia que vi a mi alrededor, la injusticia que vi en el mundo que me rodea. Siempre he sido alguien que mira a los demás, que no se enfoca solo en mí. Cuando tenía 25 años, pasé tres meses aquí en Nueva York y trabajé para una empresa de mudanzas, y me lastimé la espalda. Al mismo tiempo ya estaba haciendo documentales.

 

Arte y libertad

No soy un director obsesionado con su carrera. No estoy en competencia con otros, solo conmigo mismo. Hago lo que quiero, no tengo patrón. Pero creo que el cine es un arte impuro, porque detrás siempre está la parte económica que lo ensucia. Es imposible que el cine alcance el mismo nivel moral de la poesía, de la pintura, la escultura, la música. Es un arte contaminado. Hoy todos podemos hacer cine. Yo quería ser pintor, pero he acabado haciendo cine. Ha sido una feliz vía de escape y un instrumento muy poderoso para el compromiso y la militancia. Todos los grandes movimientos y corrientes artísticas cinematográficas son fruto de una necesidad y un empuje social muy fuerte. El neorrealismo, por ejemplo: sin guerra no hubiéramos tenido el neorrealismo.

 

El cine y el tiempo

Creo que el cine sigue siendo una herramienta muy poderosa, pero la invención del sonido no trajo más que daños al cine. Después de eso, las dictaduras —Stalin, Mussolini, Hitler— lo usaron como propaganda. Después se convirtió en entretenimiento. Hasta cierto punto es cierto lo que decían los surrealistas, y es que la gente va al cine a robarse emociones que se niegan en la vida cotidiana. El cine no tuvo una evolución natural, tiene áreas sin explorar. Aún así, es una herramienta poderosa que está inexplorada y tiene mucho espacio para el desarrollo. Creo que hay que educar al espectador sobre el cine. Con demasiada frecuencia el poder está en la industria cultural y en los intermediarios que deciden qué se muestra y qué no, los autores no eligen lo que hay que hacer. En este momento histórico necesitamos de la militancia en la cultura.

 

Ideología

Me gusta que mi cine quede anclado a las preguntas morales que me hago constantemente, como el papel que jugamos en el tiempo que vivimos, y cuáles deberían ser nuestras necesidades en este momento particular de la historia. Yo soy libertario, yo defiendo el individuo, pero el individuo solo es posible asociado al socialismo. Sin el socialismo, el individualismo es solo capitalismo y barbarie. Y no me refiero al socialismo como ideología política, sino como algo más básico: compartir los recursos materiales. El socialismo es la base del grupo social. No podemos deshacernos del socialismo de cualquier forma posible.

 

El cine contemporáneo y la sociedad

Hay numerosos cineastas a los que considero mis amigos y les respeto por su trabajo, pero no creo que podamos considerarnos un grupo, sobre todo porque no compartimos un mismo deseo urgente de responder ante ciertas lacras sociales. No compartimos militancia política, que es lo que reunió a tantos cineastas del pasado. La mayoría de movimientos de vanguardia han surgido de conflictos de clase o de fuertes luchas de orden social. Piensa en la resaca de la Segunda Guerra Mundial, cuando emergieron muchas corrientes fílmicas, como el Neorrealismo en Italia. Hoy tendemos a vivir en sociedades hedonistas en las que todo es posible y la cultura es considerada una mercancía. Los influencers parecen ser más importantes que los intelectuales o los artistas, lo que da bastante miedo. Vivimos una época confusa e inquietante. Por mi parte, aspiro a mantener una cierta coherencia en mi vida cotidiana. Hoy en día, es fácil caer en la tentación de renunciar a nuestra intimidad, perder el libre albedrío, perder nuestro derecho a compartir el mundo con gente diferente a nosotros. Hoy, la acción más pertinente consiste en decir no. No a jugar su juego, no a una cultura en la que todo puede ser comprado y vendido.

Scarlet

Scarlet, una aventura femenina

Siempre he hecho películas bastante masculinas. Esta vez he hecho lo que llamo una película femenina. Creo que con esta película he matado al príncipe azul. Y lo he hecho porque está rodeada de mujeres. Mi hija se mudó a París con su madre, así que la seguí solo para estar cerca de ella. Acababa de terminar Martin Eden y el productor Charles Gillibert me propuso hacer una película inspirada en El velero rojo, de Aleksandr Grin. Me enamoré de la novela. Seis meses después me encontré rodando Scarlet en Picardie. Fue una aventura: en Italia tengo una red de apoyo, sé a quién acudir para lo que necesito. En Francia no conocía a nadie y yo no hablaba una palabra de francés. Poco a poco, me metí en ello. Me encomendé a mi productor, solté mis miedos y simplemente me lancé.


* Declaraciones recogidas de entrevistas en Le Monde, Variety, Público, MUBI, Cineuropa, Filmmaker Magazine, Kinoscope, The Film Stage, Otros Cines Europa y Libération.