Julia Llerena
entrevista

JULIA LLERENA: “A TRAVÉS DE LA POESÍA ENTIENDO MEJOR LO QUE QUIERO CONTAR”

La artista sevillana, autora del cartel del 19º Festival de Sevilla, habla sobre sus influencias, su proceso de creación y su relación con el cine
 

Al enigmático personaje que encarna Tilda Swinton en Los límites del control (2009), seguramente el trabajo más incomprendido de Jim Jarmusch, le fascinan las películas porque gracias a ellas, dice, puede saber cómo fumaban o de qué manera ejecutaban tantos otros gestos aparentemente sin importancia las personas en el pasado. Algo similar le ocurre a Julia Llerena, la artista que ha realizado el cartel del 19 Festival de Sevilla. A Llerena le interesan las historias, sus hilos narrativos, sí, como a todos, pero lo que verdaderamente le imanta del cine es su condición de gigantesco, inabarcable archivo de la experiencia humana que conecta lo minúsculo con lo profundo.

Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Hispalense y Máster en Investigación en Arte y Creación de la Universidad Complutense de Madrid, Julia Llerena (Sevilla, 1985) ha desarrollado una respetada y consecuente carrera que, tras un comienzo fugaz en la pintura, se decantó pronto por la exploración del trabajo con objetos como otra vía hacia la abstracción. Las investigaciones en torno a la memoria, la pervivencia y la superposición del pasado en el presente o el proceso de construcción nunca definitivo de toda identidad constituyen las bases conceptuales de su trabajo, en el que a partir de ítems modestos y cotidianos –desechos encontrados en la calle, minerales, telas, pequeñas piezas de madera o arcilla...– Llerena confiere a sus instalaciones, vídeos, fotografías manipuladas o intervenciones en libros y otros soportes una profunda impronta poética que, desde lo pequeño hasta lo inabarcable, conecta con un sentimiento cósmico.

La artista sevillana ha expuesto individualmente en los últimos años en ciudades como Madrid, Barcelona, Nueva York, Budapest y Granada. Colectivamente, el trabajo de la artista se ha mostrado en lugares como el C3A de Córdoba, el Festival Loop de Barcelona, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en Sevilla, o la Embajada de España en Japón.

¿De qué manera resumiría las claves de su obra y cuáles han sido las principales fuentes en las que se ha inspirado?

Desde hace tiempo recolecto materia que encuentro a mi alrededor, es algo bastante integrado en mí. Después de un proceso de análisis esta materia se convierte en archivos con los que trabajo. Esta práctica me ayuda a contar ideas sobre la relación que tenemos con el pasado y como la traemos al presente, la nostalgia como la conciencia de la belleza sabiendo que se acaba. Los objetos están vinculados a un recuerdo propio o ajeno posible de imaginar, es una reconstrucción de un hecho. La fractura, el vacío o la fragilidad me seducen bastante porque creo que nos movemos  entre ellos, y a la vez nos sostiene un tejido resistente y fuerte que nos hace estar aquí. Me interesa crear vínculos y conexiones entre aspectos que aparentemente no tienen nada que ver entre sí y darles forma y significado nuevos. Muchas veces a través de la poesía entiendo y visualizo mejor las ideas que quiero contar, y en este sentido me apoyo mucho en la poesía de Roberto Juarroz o Ida Vitale y en la prosa de narradoras como Mónica Ojeda. También me interesan particularmente artistas vinculados de una forma u otra al land art como Jorge Barbi, B.Wurtz o Jorge Macchi.

¿Tuvo alguna inspiración central a la hora de crear el cartel? ¿De qué modo llegó a la idea que finalmente materializó?

Yo soy una artista plástica multidisciplinar, en el sentido de que uso todo tipo de elementos y objetos. Pero cuando me propusieron hacer el cartel tuve claro que tenía que buscar una imagen, crear una imagen nueva. Siempre he trabajado mucho la fragmentación, la descomposición, de un modo arqueológico, es decir, de algún modo mis trabajos hacen siempre referencia al pasado, o por decirlo con mayor precisión a la relación que tenemos con el pasado, pero traído al presente. Así que busqué en mis colecciones de objetos que voy recogiendo de aquí y allá, y viendo la de cristales fui llegando a la idea. Y se me ocurrió trabajar con el cristal y con una fotografía manipulada de una puesta de sol porque me interesa el concepto pictórico de paisaje como delimitación de la naturaleza. Una puesta de sol, además, es algo icónico. Todos tenemos en la cabeza esa imagen, es universal. Además, es algo que se contempla y que tiene algo muy cinematográfico, hay incluso quien aplaude al verlas... O sea que, al igual que el cine, o cierto tipo de cine, desde sus orígenes hasta hoy, tiene algo de espectáculo también.

cartel 2022 seff


Usted acostumbra a trabajar con instalaciones o vídeos y con materiales físicos, no meramente plásticos ¿Fue un reto cambiar de formato para este cartel?

Lo fue, pero muy bonito. El reto, claro, era cómo trasladar las manipulaciones que yo suelo hacer sobre soportes físicos a, básicamente, un formato digital, que es lo que se va a imprimir. Y que además el cartel conectase con mi obra, que no pareciese un encargo que te hacen y al final queda como una cosa aislada. Pero todo esto no porque yo tenga intención de que se me reconozca detrás del cartel, por otro lado; no es una cuestión de vanidad, sino de interés en prolongar y en ser consecuente con el discurso que llevo a cabo desde hace años.

Al margen de la puesta de sol como imagen icónica y universal, algo que el cine también genera y que resulta clave para entender su potencia como experiencia íntima y colectiva, otros sutiles elementos conectan con el arte de contar historias mediante imágenes y palabras en movimiento…
La idea de emplear el cristal parte para mí de un paralelismo con la lente de una cámara, en tanto que elemento que separa lo real de lo inventado o de lo subjetivo. El cristal deforma la imagen, y eso mismo hacemos todos nosotros cuando recordamos. Todos podemos recordar alguna puesta de sol, pero seguro que ésta será diferente para cada uno. Me interesaba exponer, aunque fuera muy sutilmente, que no existe una mirada objetiva y que siempre estamos condicionados por nuestro background, por todo lo que arrastramos. Esto ocurre también de manera muy clara cuando nos sentamos a ver una película.

En su trabajo hasta la fecha ha mostrado predilección por la manera en que el pasado late en el presente, por los mecanismos de la memoria y por cierta exploración de la nostalgia, así que cabe imaginar que el cine, que alguien definió una vez como tiempo embalsamado, es para usted un auténtico filón…
Por supuesto, de hecho una de las cosas que más me han fascinado siempre del cine es la manera en que los tiempos se superponen en capas. En una película literalmente se trae el pasado al presente, pero también puede asomarse al futuro desde el ahora. Esas capas, esos juegos de pliegues y capas de tiempo están ahí, operan de manera muy directa aunque no siempre las percibamos. Otra dimensión del cine que me apasiona es la manera en que permite que nos acerquemos a la cotidianidad en el pasado: qué usaba la gente, cómo se movía, qué objetos formaban parte de la vida diaria… El viaje que te pegas con una película puede llegar a ser muy fuerte, en fin. 

¿Qué tipo de cine le interesa más como espectadora?

Pues ha cambiado mucho en los últimos años mi relación con el cine y el tipo de películas que veo. Mi pareja, Lois Patiño, es cineasta [Costa da Morte, dirigida por él, ganó en el Festival de Sevilla el premio a la Mejor Película de No Ficción de la emblemática sección Las Nuevas Olas en 2013] y de alguna manera me he hecho todo un máster en un tipo de cine que no es el más conocido, que es más experimental y no llega a veces siquiera a las salas de cine o cuando llega a lo mejor dura una semana en cartelera, aunque sea buenísimo. Es un tipo de películas a las que no estamos tan acostumbrados, aunque supongo que es cuestión de tiempo que lo estemos. Digamos que se me ha abierto un mundo al que antes no había tenido la oportunidad de acceder. 

Parece que esté hablando del papel de los festivales, de hecho.

Recuerdo muy bien la época en que yo estudiaba Bellas Artes en Sevilla. Me sacaba, no sé, 35 entradas, lo cual era absurdo porque luego no había forma de ver todas las películas. Era muy bonito. Pero más allá de la cosa sentimental, hay algo que me parece admirable y muy difícil en el cine contemporáneo: su facilidad mayor que la que tiene el arte contemporáneo para llegar a más personas. Claro que hay películas difíciles de penetrar y entender y otras mucho más fáciles y estas últimas son vistas por mucha más gente, pero hay algo precioso en esa condición de lenguaje universal que es el cine.

¿Ha experimentado algún momento epifánico reciente en una sala?

Podría decir varios, pero por hablar de uno que es relativamente reciente, diré que me cautivó Lazzaro feliz [la bellísima película de Alice Rohrwacher que pudo verse en la edición de 2018 del Festival de Sevilla]. Para mí es una película mágica, y pese a su superficie amable te lleva a unos sitios maravillosos y muy profundos. Además, mientras la veía pensaba que sólo mediante el cine, de esa forma y no de otra, se podía contar esa historia. Es una de esas películas que me hacen sentir que tendría que haber sido directora de cine. Aunque luego se me pasa [risas]. Sé perfectamente lo complicadísimo que es no hacer no ya una película así de buena, sino alguna que logre tener sentadas delante de una pantalla durante hora y media a tantas personas diferentes.