CLARA ROQUET
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Charlamos con Clara Roquet, guionista de ‘Costa Brava, Líbano’

Una familia libanesa huye de la crisis medioambiental que vive Beirut y se aísla en la montaña, lejos de la contaminación de la urbe. Pero la instalación de un vertedero junto a su hogar amenaza con romper el equilibrio íntimo de ese núcleo familiar. La premisa argumental de Costa Brava, Líbano, ópera prima de Mounia Akl, plantea un futuro cercano distópico nada halagüeño, pero, lamentablemente, muy verosímil.

 

“Mounia tenía claro que quería escribir sobre lo que estaba ocurriendo en el Líbano en aquel momento, que estaba afectándola mucho personalmente. Y pasó algo curioso: cuando empezamos con el guión, el país estaba en una crisis sanitaria, de gestión de los residuos y la basura, pero todavía no habían vivido la tragedia de explosión en el puerto de Beirut ni sufrían la crisis económica tan bestia que tienen ahora”, nos explica Clara Roquet (Vic, 1988), coguionista de Costa Brava, Líbano y cómplice de la directora desde que se conocieron estudiando en la Universidad de Columbia.

 

Roquet continúa desgranando las claves de esta coproducción libanesa-española: “Nosotras nos planteamos hablar de una familia del Líbano en un futuro cercano distópico donde todo va mucho peor, y que decide aislarse de ese desastre en las montañas. Lo curioso fue que en el momento en que empezamos a rodar la película, esa distopía llega y es mucho peor de lo que habíamos imaginado. Por ejemplo, nosotras habíamos escrito que los protagonistas llevaban mascarilla, por el tema de la contaminación, el cólera y demás. Y, de pronto, una pandemia obliga a todo el mundo a llevar mascarilla. La realidad se impone y te acaba atrapando”, dice entre risas.

 

Teniendo a punto de estreno su ópera prima, Libertad, que presentó en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, Clara Roquet vive un momento dulce. Guionista para Jaime Rosales (en Petra) o para Carlos Marques-Marcet (con 10.000 Km. y Els dies que vindran ganó dos premios Gaudí, y un tercero con su cortometraje, El adiós), acaba de escribir Que nadie duerma, el nuevo largo de Antonio Méndez Esparza, sobre la novela homónima de Juan José Millás. Y no para: ahora trabaja con Elena Martín en el segundo largometraje de la directora de Julia Ist, y en el nuevo film de Carlos Marques-Marcet, que, por cierto, es el montador de Costa Brava, Líbano.

 

Costa brava, Líbano

Fotograma de Costa Brava, Líbano, de Clara Roquet

 

¿De dónde nace tu relación con Mounia Akl?

Siempre hablamos de una especie de conexión mediterránea porque nos conocimos intentando colarnos en una fila de americanos que esperaban para recoger su carnet de estudiante (risas). Nos hicimos amigas enseguida, creamos una familia muy fuerte, y muy diversa: una chilena, un georgiano, una islandesa, un austríaco, Mounia que es libanesa... Congeniamos, las dos tenemos temas y obsesiones parecidas, y gustos muy similares. Empezamos a colaborar cuando ella fue la montadora de mi corto El adiós, y después escribimos juntas su corto Submarine, que presentó en Cannes en 2016. Ahí ya empezamos a hablar de la posibilidad de hacer un largo juntas. De hecho, desarrollamos Libertad y Costa Brava, Líbano casi al mismo tiempo, creo que por eso hay tantos ecos de una en la otra.

 

Entre esos ecos hay una mirada muy parecida a los núcleos familiares, con retratos de adolescentes en pleno tránsito hacia la adultez y con un peso importante de la figura de la abuela.

Hay trabajos, como los que he hecho con Carlos, en los que tú entras a trabajar en algo que él ya tiene más o menos pensado. Pero con Mounia empezamos de cero. Tenemos un imaginario común, nos interesan temas parecidos y creamos a la familia protagonista y sus identidades, también ese despertar adolescente, en base a eso. El peso de las abuelas, que también aparece en Libertad y en El adiós, hay una voluntad de retratar el cambio generacional y la pérdida de la memoria colectiva, sobre todo femenina, y de la identidad. Probablemente, de todas mis experiencias como guionista, Costa Brava, Líbano es la película que siento más cercana, que siento más mía. Y no es frecuente lograr ese tipo de implicación en una película que escribes. Le agradezco mucho a Mounia haber podido hacerla en estas condiciones.

 

¿Es importante esa implicación para escribir?

Ayuda mucho. En cualquier caso, en casi todos mis guiones hay una implicación personal, han sido proyectos que tienen mucho que ver con mi propia mirada. Es verdad que he hecho algunas cosas que casan menos con esta pulsión, pero películas como 10.000 km., Petra, Els dies que vindran o Costa Brava, Líbano tienen mucho en común con ese lugar emocional del que han venido también mis cortometrajes o mi primer largo.

 

Entre las cosas que compartes con Mounia, ¿hay también cierta mirada desesperanzada y muy generacional?

Creo que la mirada de Mounia es bastante desencantada, sí. Ver cómo esa revolución libanesa no ha servido para nada... De alguna manera ha perdido la fe. Y a mí me pasa a otros niveles, porque aquí las cosas no están tan mal como en el Líbano, pero obviamente sí hay una serie de preocupaciones de difícil solución. Quizás sí es algo generacional, no ver una luz al final del túnel, no ver cómo vamos a salir de asuntos como el cambio climático. Supongo que ese desencanto penetra de alguna manera en nuestras miradas cinematográficas.

 

Estás a punto de estrenar Libertad, después de guardarla en un cajón por culpa de la pandemia.

Tengo tantas ganas de compartirla con la gente... El origen fue curioso, porque yo había escrito dos guiones distintos: uno sobre la relación de una mujer emigrante que se reencuentra con su hija, y otro sobre una familia burguesa y su relación con la hija adolescente. Y fue mi tutor en la universidad, Andy Bienen, guionista de Boys Don’t Cry, el que me dijo que tenía que unificarlos, porque por separado no funcionaban, y fue un gran consejo, de pronto le vi todo el sentido.

 

Con Libertad pasas a formar parte de esa generación mágica de directoras surgidas en Catalunya.

Hay un boom evidente de directoras mujeres y de una misma generación. Carlos Marques-Marcet siempre dice que también quiere ser una de las amigas de Ágata (risas). Coincidimos en muchas cosas, en muchos casos mantenemos una relación de amistad, y colaboramos las unas con las otras. Belén Funes, por ejemplo, ha sido la script de Libertad. Carla Simón ha visto todos los cortes de montaje de la peli y yo he leído todas las versiones de guión de su nuevo film, Alcarràs. He hecho de script con Elena Trapé... Tenemos relaciones muy cercanas y nos ayudamos con lo que podemos de una forma muy natural. Y pasa una cosa muy bonita, que es que creamos referentes para las mujeres jóvenes que empiezan a hacer cine.

 

La figura de Carlos Marques-Marcet está muy presente en tu trayectoria.

Nos queremos mucho, y el trabajo con Carlos es muy orgánico, muy natural, nos entendemos tan bien... pese a que él tiene un sistema de trabajo nada convencional, que tiene mucho que ver con el montaje, porque él es montador: Carlos empieza sus películas con una serie de temas en la cabeza de los que quiere hablar y con unos actores, entonces dedica mucho tiempo a ensayar con ellos, y de ahí saca mucho material para escribir, u ordenar, después, para convertir en un guión. Ahora estamos escribiendo su nueva peli, Polvo serán, ya veremos si mantiene el título (risas).